Abeja

Controles de la abeja

domingo, 4 de noviembre de 2012



Punto final de las aventuras de Bartolo y Telma.
Muchas gracias por haberlos leído, tanto a lectores españoles como extranjeros. Un abrazo y... hasta la próxima.
Las fotos de París son de Sara.

– Alucinante París, qué espectáculo tan hermoso —Ogro admirado de veras con el contraste entre lo que acababa de ver en la India y lo que tenía ante sus ojos.

ARCO DEL TRIUNFO-Napoleón

– Sí, parece otro planeta —concluyó Hada.
Hicieron infinidad de fotos, sobre todo de los puentes sobre el Sena, de los bateau-mouches, fueron hasta los Campos Elíseos en metro y subieron a Montmartre en funicular. Saborearon crepes en los puestos callejeros y al volver de Montmartre vieron algo insólito: un viñedo allí mismo, cuidadísimo y con uvas, y la placita de los pintores y aquel ambiente tan parisino del barrio, como el café de Amelie y luego otras cosas como Le Moulin Rouge por fuera.

El Molino Rojo, París

Al día siguiente, a madrugar otra vez para regresar a Ranón, ahora sin percances. Al aterrizar, Ogro exclamó:
– Se acabó, Hada.
– Sí.
– Oye, Hada ¿dónde aprendiste a hablar francés?
– En la República Democrática del Congo. Fui varios años de cooperante. Pero ésa es otra  historia, Ogro. África es también otro mundo, sobre todo ese país, son terribles las cosas que pasan allí.
Ogro se quedó pensativo y los dos callaron. En silencio fueron a recoger sus maletas y a tomar el autobús que los llevaría de vuelta a casa. La mañana resplandecía y Ogro se sintió raro, por una parte estaba contento de volver a casa, de ver a su madre y a Rosa y a Lío, pero por otra, estaba seguro de que jamás olvidaría aquel mes en la India y que lo que había aprendido era mucho más importante que lo que les había enseñado a sus muchachos, y  había sido increíblemente feliz.

La Santa Capilla, París

– Por cierto, amigo —dijo Hada por último—  cuando hayas descansado y te parezca bien, nos reunimos para escribir una memoria de nuestra estancia como cooperantes, tengo que entregarla en mi ONG de “Hadas sin Fronteras”.
– ¡Ay, sí, Hada! Qué bien, tengo tantas cosas que contar, tanto como nos reímos y lo bien que lo pasamos y los mosquitos y las vacas sagradas ¿eh?

– No es una novela, Ogro, no es una novela —replicó Hada un poco alarmada— es contar lo que hicimos y las conclusiones que sacamos de nuestro trabajo y nuestra ayuda.
-Pues vas a tener que  hacerla tú, yo no tengo ni idea.
– La haremos entre los dos —dijo Hada— es lo justo.
– Bueno —contestó Ogro—,  como tú veas, pero no creo que yo vaya a serte de ninguna utilidad —contestó Ogro intentando escaquearse de algo que, sin saber bien por qué, le olió a bastante trabajo.

Aeropuerto de Asturias
El Madreñogiro en Ranón
Y Hada, que se encontraba a punto de dormirse de puro agotamiento, se calló, de momento, porque ya se encargaría ella de que Ogro le ayudara… más de lo que él mismo creía. En realidad tenía intención de que Ogro hiciera él solito la memoria, no sólo porque a ella la aburría mortalmente, sino porque le vendría muy bien a su amigo aprender, pero ahora mismo no era el momento de pensar en estrategias, necesitaba descansar muchas horas. Dentro de unos días ya pensaría algo. Ogro podía ir preparándose porque iba a sudar tinta, pero estaba segura de que, igual que aprendía a cocinar y a más cosas, aprendería también a escribir una memoria sin que pareciera una novela. Estaba segura, pero no era el momento de decirle nada.
Al fin llegaron a su destino y se despidieron completamente agotados.
– Hasta pronto, Ogro, ya te llamo.
– Hasta cuando quieras, Hada, qué descanses mucho y tranquilamente.
– Y tú también. Adiós.
– Adiós, Hada.
Y cada uno tomó un taxi en dirección a su casa. El viaje había terminado, y los dos se sintieron un poco extraños ante las cosas de siempre que les parecieron tan diferentes a lo que acababan de vivir. Llevaban aún la cabeza y el corazón impregnados de los olores, los sabores y los afectos de aquel país tan maravilloso y tan distinto. Hada sintió una cierta melancolía y a Ogro por su parte se le humedecieron los ojos recordando aquel mes increíble.


Vocabulario:
Cornac: cuidador y domador de elefantes que se coloca sobre su cabeza para guiarlo.

FIN




viernes, 26 de octubre de 2012




BARTOLO Y TELMA REGRESAN DE INDIA
Y así fue como, al día siguiente, tempranísimo, Ogro, es decir, Bartolo, se  despidió del dichoso mosquitero, rascó por última vez sus ronchas, dijo adiós al bisbiseo de los odiosos mosquitos y él y Hada, es decir, Telma, se fueron a Delhi en la furgoneta de los cooperantes que debía dejarles en el aeropuerto. Otro penosísimo viaje por carretera, compartida con camellos, carromatos, bicicletas, camiones destartalados que renqueaban trabajosamente y, sobre todo, elefantes guiados por su cornac —que llevaban turistas hacia Jaisalmer, la ciudad de arena, y al desierto de Thar—, y cuyas gualdrapas brillaban al sol del amanecer.
Los animales no viajaban precisamente por la orilla, ni hablar, ocupaban toda la carretera, así que los coches hacían uso continuamente de su bocina para que se apartaran, algo que hacían de forma lentísima y solamente a medias, para volver al mismo sitio inmediatamente. El viaje era un caos, pero ni Ogro ni Hada podían negar que resultaba muy pintoresco, por lo que se pusieron a hacer fotos a través de la ventanilla y a contestar a los saludos de toda aquella turba multicolor.
 Como su avión no salía hasta la noche, tuvieron tiempo de visitar la ciudad, sobre todo la parte vieja que era la que más les interesaba. Recorriendo las calles, una de las cosas que más llamó la atención a Ogro fue el hecho de que una mujer con un sari amarillo salió de su casa, cogió por la cornamenta a una vaca sagrada y le dio de comer en la puerta. Un momento después entró de nuevo en la casa y enseguida salió con una vasija y se puso a ordeñarla. La vaca comía plácidamente mientras la mujer la ordeñaba hablándole cariñosamente.
—¿Curioso, verdad, Ogro? —dijo Hada viendo a Ogro mirar la escena con gran interés.
—Mucho, Hada, ya lo creo —contestó Ogro observando sin disimulo a la mujer y a la vaca que parecían estar felices juntas.
—Aquí las vacas son sagradas, no se las mata para carne, se mueren de viejas, pero se pueden ordeñar para tener leche para los niños —explicó Hada.
—¿Cualquiera puede coger cualquier vaca y ordeñarla? —preguntó Ogro.
—Sí, pero con la condición de que se le dé de comer. Y la vaca come antes que ningún miembro de la familia. La ordeñan y la sueltan otra vez.
—Son animales muy útiles, ¿verdad Hada?
—Sí, y entre la gente muy pobre, más. No se las mata, pero se aprovecha su leche y sus excrementos. Estos últimos para combustible, y mezclados con barro, para pavimentar las casas. Se cocina quemando boñigas de vaca secas y prensadas.
Vacas sagradas en Delhi.
—Pero olerá fatal ¿no? —preguntó Ogro sin poder contener su curiosidad—. De todos modos —continuó— en  India huele todo fatal.
—Es cuestión de costumbre, en realidad no huele peor que el carbón quemado, por ejemplo, que se usa en muchos países europeos —contestó Hada recordando el olor a azufre que desprendía el carbón que muchas veces se quemaba en su país.

FIN DEL PASEO POR DELHI
Siguieron paseando por la ciudad, entraron en alguna tienda en la que se vendía casi de todo, curiosearon, hicieron fotos y, al final, después de comer en un restaurante en el que la única mujer era Hada, se dispusieron a tomar un taxi para volver al aeropuerto.
Mientras esperaban en la acera, una niña de unos cinco años se acercó y se arrodilló a los pies de Hada besándoselos. Ogro quiso levantar a la niña, porque le pareció muy humillante lo que estaba haciendo, pero Hada se lo impidió.
—Déjala, Ogro. Es una mendiga y éste es un gesto de respeto hacia alguien a quien ella cree superior. Le daremos unas rupias y la saludamos a la manera india, eso la hará feliz. No podemos hacer más.
—Pero nadie es superior a nadie —repuso Ogro con cierto disgusto.
—Pero eso lo sabemos nosotros. Ella lo ve de otra manera, su vida es esto, la mendicidad, como tantos niños en la India y en muchos lugares del mundo —concluyó Hada.
Ogro no hizo ningún comentario más, pues se le puso un nudo en la garganta y todo le pareció injusto, pero él sabía que, personalmente, no podía  hacer nada más que darle unas rupias a la niña en aquel momento.
Así fue como la pequeña se marchó con la cara feliz por las rupias que Hada y Ogro le habían entregado, pues aquel día seguramente sería bien tratada y le darían mucha comida. Hada, para distraer el malestar de su amigo, le hizo poner su atención en unas mujeres ataviadas con  preciosos saris que llevaban una especie de mascarilla y barrían continuamente la acera con unas escobas muy blandas.
—Mira a esas mujeres, Ogro. Son jainistas.
—¿Y qué es ser jainista?
—El jainismo es una de las religiones practicadas en  India. Respetan toda forma de vida, no matan animales, ni para comerlos ni para nada, son vegetarianos, y barren el suelo para no pisar los posibles animalillos, como hormigas y otros insectos, que pueda haber en la acera.
—¡Asombroso! ¿Y por qué llevan mascarilla? —preguntó Ogro observando a las mujeres que se alejaban poco a poco barriendo la acera.
—Para que ningún insecto, mosquito o mosca, les entre en la boca y lo traguen involuntariamente —contestó su amiga.
—¡Vaya, pues sí que son cuidadosos! —exclamó Ogro admirando un respeto tan extremado hacia todo ser vivo.
http://www.viajeporindia.com TEMPLO JAINISTA, INDIA
—Pero vamos a tomar un taxi ya, amigo —dijo Hada interrumpiendo pensamientos de Ogro—, que es hora de ir al aeropuerto.
El taxi (o algo parecido) que los llevó al aeropuerto, estaba conducido por un sij, con un turbante rosa. No dijo ni una palabra en todo el camino y ellos tampoco. En realidad, Hada dormitaba en el hombro de Ogro, y éste se había preparado para escuchar el primer ronquido de su amiga. Pero no fue así, esta vez Hada no roncó en absoluto, nada más se quedó profundamente dormida y Ogro tuvo que sacudirla al llegar al aeropuerto porque estaba como un leño.
—¡Hada! ¡Hada! —llamó Ogro en voz bastante alta— ¡Venga, que ya hemos llegado, despierta!
—Vaya —respondió Hada—, me he quedado traspuesta.
—¿Traspuesta? —contestó Ogro con una sonrisa maliciosa— Mujer, traspuesta no es exacto, dormías como una marmota.
—¿De veras? —dijo Hada sin querer entrar en una discusión tonta.
—De veras, Hada, dormías como si no hubieras dormido en tu vida —contestó Ogro esperando que aquella discusión durase un ratillo pues estaba muerto de aburrimiento sin poder hablar con nadie.
—Si tú lo dices será verdad, amigo —y Hada quería dar por zanjada la cuestión.
—Es verdad, Hada —contestó Ogro animado por lo que parecía el inicio de una conversación, si bien poco interesante, al menos podría tomarle el pelo un poco a su amiga—. Y que conste —continuó— que esta vez no roncabas.
—¡Qué bien! —dijo Hada con un tono contundente que no admitía respuesta—. No he roncado, pues ya está. No he roncado y se acabó.
Y Ogro, el pobre, no dijo más nada, no era momento de charlar más de la cuenta, Hada aún parecía medio atontada por el sueño y no quería que se enfadase, así que ayudó al taxista sij a bajar las maletas y se dirigieron a la terminal.

REGISTRAN LA MALETA DE HADA
Entraron en el aeropuerto Indira Gandhi, como al llegar, y se dirigieron al mostrador de Líneas Aéreas Indias —que les llevaría esta vez hasta el aeropuerto de Orly en París—, a facturar su maleta, y como tenían que pasar por el escáner, Hada había desmontado su varita mágica para ahorrarse preguntas, pero un policía que miraba su pasaporte les preguntó en muy mal español:
—¿Tienen uztedeg algo que declagarrr?
—Nada —respondió Hada por los dos—, no llevamos nada ilegal.
Pero al pasar el escáner el policía ordenó a Hada que abriera su maleta.
—Pero si no llevo nada —dijo Hada muy firme.
—¡Ábrrrala, kripayá! —ordenó el policía muy serio.
Y Hada, naturalmente, se dispuso a abrir su maleta. Se puso muy nerviosa y no encontraba la llave, revolvió en el bolso una y otra vez y, mientras tanto, el policía se impacientaba, algo bastante inusual en un policía indio, pero aquél se impacientaba.
—Le guego que abrrra la maleta mag rrrápido —insistió, lo cual sólo sirvió para poner más nerviosa a Hada.
Al fin apareció la llave y Hada abrió su maleta. Llegó otro policía y revolvió entre las cosas de Hada sacando una caja que guardaba una figurilla del dios Ganesha, el dios elefante de la India, con sus cuatro manos y montado en un ratón. El policía lo miró y lo remiró, le dio vueltas una y otra vez, comentó algo en hindi con su compañero, volvió a dar vueltas a la figurilla y al final se la llevó hacia una especie de cabina.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hada francamente alarmada.
—¿Ese diog no segá de marrrfil? —preguntó otro policía.
—¡Ah, no! ¡No es de marfil! —contestó Hada contundentemente— sólo es de hueso de camello.
—Bien, vegemos —respondió el policía, al tiempo que el otro salía de su cabina sonriendo amablemente.
—Muchas grrracias, señoga, shukriyá —dijo devolviendo a Hada su figurilla del dios Ghanesa—. Pueden pasag.
—Qué estrictos ¿no?
—Es lógico, amigo —explicó Hada—, el comercio del marfil está prohibido y penado con la cárcel.
—¿Y los polis creyeron que llevabas una figurilla de marfil, entonces? —preguntó Ogro contento de haber terminado aquel inconveniente.
—Evidentemente, Ogro —respondió Hada—. Yo no haría eso, además de ser ilegal, no contribuiría a la muerte de elefantes para quitarles los colmillos.
—El elefante es un animal sagrado en la India, ¿verdad, Hada? Y dicen que es el más inteligente de los seres vivos, así que es un crimen matarlos y robarles el marfil.
—Sí, Ogro, así es, y ya quedan pocos —respondió Hada a su amigo.
—Pero alguien lo hace, eso parece al menos ¿eh, Hada? —siguió diciendo Ogro como un niño obstinado, porque le encantaba aquella conversación.
—Sí, en todos lados hay gente que hace cosas malas, aquí también —contestó Hada mientras se ponían a la cola.
—En fin, menos mal que todo ha salido bien ¿verdad?
—Claro, es bastante desagradable, pero es lógico que vigilen, aunque —siguió diciendo Hada— sigue habiendo contrabando con el marfil.
Al fin los llamaron para subir al avión que los llevaría a Francia, al aeropuerto Orly de París. Empezaba a anochecer cuando despegaron e hicieron todo el vuelo de noche y sin escalas. Consiguieron dormir casi todo el tiempo porque estaban tan cansados que hubieran dormido encima de una piedra. Fueron doce horas de vuelo, interrumpidas sólo por algunas turbulencias. Aterrizaron en Orly aún de noche a causa de la diferencia horaria entre Delhi y París. Pasaron sobre las luces de la cuidad, a lo lejos se veía la Torre Eiffield iluminada, destacando sobre todo las demás.

La Torre Eiffield desde un bateau mouche, foto de Sara,
BARTOLO Y SUS DESPISTES EN EL AEROPUERTO
—¡Mira! ¡Mira, Hada!
—Es preciosa la vista, Ogro, muy bonita, pero estoy tan dolorida que apenas puedo respirar ¿Tú no estás también dolorido? —preguntó Hada viendo la agilidad de Ogro.
—No, yo no —respondió Ogro—, he dormido muy bien. Además todo lo que los mosquitos me han hecho sufrir me inmunizó contra casi todo. Qué lejos estamos ya de la India, ¿verdad Hada? —siguió diciendo con cierta melancolía…
—Muy lejos —afirmó Hada también un poco melancólica, mientras aterrizaban.
Al fin salieron del avión y fueron a recoger sus maletas, la rosa fosforito de Ogro, es decir, la de Bartolo; la de Hada, es decir, la de Telma, una maletita de lona muy discreta. Cada uno recogió la suya de la cinta sin fin, a la que iban llegando los equipajes de todos los viajeros.
Entretanto empezaba a amanecer en Orly. Esperaron hasta que vieron llegar sus maletas, primero la de Hada y un rato después la de Ogro, su maleta rosa fosforito y su bolsa de lona verde-verde que esta vez había facturado. Luego se dirigieron a la salida a través de muchas escaleras mecánicas y algunos ascensores. Casi en la salida ya, Hada dijo:
—Es mejor que desayunemos, ¿no te parece? Yo tengo un hambre espantosa.
—¡Sí! —contestó Ogro que no tenía menos hambre que su amiga—, vamos a desayunar, algo rico y calentito para despertarnos del todo.
AEROPUERTO DE ORLY, París.
Se dirigieron a una cafetería próxima, de autoservicio, se pusieron a la cola y cogieron una bandeja que fueron llenando con lo que les apetecía desayunar, café con leche bien caliente, croissant, pan con mantequilla y mermelada y un zumo de naranja natural. Pagaron y fueron a sentarse a una mesa con sus maletas al lado; el olor del café los reanimó un poco después de tanto viaje y tanta incomodidad.
—¡Qué rico parece todo! —dijo Ogro haciéndosele la boca agua, mientras se tomaba su zumo.
— Está buenísimo, muy rico —contestó Hada.
—Hace un poco de frío aquí ¿verdad, Hada? —preguntó Ogro que estaba un poco destemplado.
 —Cierto —contestó Hada—, es el relente de la amanecida, Ogro. Pero ponte algo, hombre. ¿No tienes un jersey?
—Claro que lo tengo —respondió Ogro casi tiritando—, pero primero desayunemos y luego salimos y abro mi maleta para cogerlo.
—Como quieras, pero tienes buena gana de pasar frío —respondió Hada.
Terminaron de desayunar y se dispusieron a salir para tomar el Orlyval y dirigirse a París. Antes de salir, Ogro puso su maleta sobre un banco y se dispuso a abrirla, así que sacó la llave de su bolsa e intentó meterla en la cerradura, pero la llave no entraba. Probó una y otra vez, incluso le dio la vuelta a la maleta por si acaso, pero era inútil, la llave no entraba. Ogro empezó a ponerse encarnado y a sudar muy inquieto, a dar vueltas y vueltas alrededor de la maleta, a ponerla de una y otra  manera, a intentar meter la llave por un agujero por el que era evidente que no entraba. En fin, por la cabeza de Ogro pasaron todas las calamidades posibles.
—¿Qué pasa aquí? —se preguntó Ogro alarmado en voz alta.
—¿Qué ocurre?
—¡Ay, Hada! —y Ogro parecía asustado de verdad.
—¿Pero qué pasa, Ogro?
—¡Que ésta no es mi maleta!
—¡Vaya, hombre! —y Hada también se alarmó, pero reaccionó enseguida.
—Anda, vamos a información a ver qué tenemos que hacer.
—Pero Hada —gimoteó Ogro— ¿cómo es posible que alguien cogiera mi maleta, para qué quiere nadie una maleta que no lleva nada importante aparte de unos regalos para Rosa y mi mamá?
—¿Y por qué no piensas que fuiste tú el que se confundió, Ogro?
—¿Con una maleta así, Hada? ¿Por qué piensas que la compré? ¿Porque me gusta llevar una maleta chillona, Hada? Aunque no lo creas, no tengo tan mal gusto.
—Ya —contestó Hada lacónicamente, mirando de reojo la bolsa de lona verde-verde de Ogro.
—¡Pues no! La compré, precisamente, para verla desde lejos y no confundirme. Mi maleta es inconfundible, Hada —decía Ogro en una retahíla sofocada y chillona.
—Pues ya ves que no. O te confundiste tú o lo hizo alguien con una maleta como la tuya.
Ogro, es decir, Bartolo, hablaba aprisa, aprisa, mientras caminaban todo lo rápido que sus piernas les permitían y entraban de nuevo en la terminal y se dirigían a un punto de información. Ogro no sabía una palabra de francés, pero Hada lo entendía y lo hablaba bastante bien, así que volvieron sobre sus pasos y se fueron directamente al lugar que les indicaron, donde se recogía todo lo perdido y los equipajes confundidos y los que se extraviaban en los vuelos.
En aquel momento, un hombre llegaba corriendo y gritando mientras arrastraba otra maleta rosa fosforito. Ogro al verla corrió hacia el hombre y gritando también mostró su maleta al hombre y agarró fuertemente la que el hombre llevaba mientras le hablaba muy alto y atropellándose.
—¡Ésta es su maleta! ¡Ésta! ¡No es la mía! ¡La mía es la suya! —repetía Ogro casi histérico.
—¡Está bien, está bien! —contestó el otro hombre intentando contener el ímpetu de Ogro— ¡Claro que no es la suya! ¡Ésa es la maleta de mi hija! —decía el hombre en perfecto castellano.
—¿Pero usted de dónde es? —preguntó Ogro un poco alucinado.
—Pues soy español, de Logroño, para ser más exacto, y me ha causado usted un gran trastorno con el cambio de maletas, a ver si mira lo que coge —siguió diciendo un poco enfadado.
—¿Yooooo? ¡Pero bueno! ¿Yoooo?
—Anda, Ogro, dale su maleta y aquí paz y después gloria —dijo Hada intentando no perder más tiempo—, ya está todo aclarado, qué más da quién tuvo la culpa, se solucionó y ya está.
—Sí —admitió Ogro, dando por zanjado el asunto—. Ya está, yo cojo mi maleta y este señor la de su hija y concluido el tema.
Y el hombre cogió su maleta y despidiéndose echó a andar hacia la salida. Lo mismo hicieron Ogro y Hada. Fueron en busca del Orlyval, una especie de tren rapidísimo, que los trasladaría hasta el centro de París. Fue un viaje cómodo, de tan sólo 35 minutos, y enseguida llegaron a su hotel.
Cada uno se fue a su habitación y, sobre todo Ogro, bendijo París sin mosquitos, París con aire acondicionado, París limpio… pero, en el fondo, mientras se dormía sintió una gran añoranza de aquel país tan lejano ya, y de los muchachos con los que había sido tan dichoso sin siquiera reparar en ello.
Durmieron hasta después del mediodía y después fueron a caminar por la cuidad.

Continuará.

jueves, 18 de octubre de 2012


Continuación y fin del viaje a India.

FIN DEL TRABAJO
PARA CELEBRARLO, Y ANTES REGRESAR AL PAÍS DE ORIGEN, NADA MEJOR QUE UNA VISITA A AGRA EN COMPAÑÍA DE LOS DEMÁS COOPERANTES Y DEL EQUIPO DE TRABAJO.
– ¡Ogro! ¡Ogro! —Hada llamaba con los nudillos, tan temprano que apenas amanecía, a la puerta de la habitación de Ogro— ¡Venga, que es tarde, que nos esperan en el autobús!
– ¡Ya voyyyyyyy! —contestó Ogro al otro lado de la puerta.
Hada esperó unos segundos y enseguida salió Ogro vestido de pies a cabeza, con la camisa abotonada hasta el último botón, pantalones largos  y con un sombrero y una especie de cortina sobre él que le tapaba la cara hasta los hombros, y llevando en la mano su bolso.
– ¡Oooogro! —exclamó Hada sorprendidísima— ¿adónde vas con esa facha?
– ¿Que adónde voy, Hada? ¿Que adónde voy? Pues a Agra ¿no? ¿No vamos a Agra hoy?
– ¡Huy! ¿Y esa pinta?
– ¿Qué pinta?
– ¿Cómo que qué pinta? Pues esa pinta, Ogro, la que llevas —preguntaba Hada— parece que vas a sacar miel en una colmena.
– ¿Miel? ¿Colmena? Pues ni miel ni colmena. Ésta es una pinta normal, Hada ¿no te parece? —contestó Ogro como si estuviera enfadado con el mundo entero.
– Pues no sé qué decirte, no me parece muy normal ¿a ti qué te pasa? —inquirió Hada con verdadera extrañeza.
– Pues me pasa que he declarado la guerra a los mosquitos, Hada. Me pasa que estoy de ellos hasta la coronilla. Me pasa que no me dejan en paz. Me pasa que estoy llenito de ronchas. Y me pasa que a mí no me toman más el pelo esos mosquitos del demonio, así que me protejo —terminó Ogro.
– ¡Ah! —contestó Hada disimulando una sonrisa, mientras observaba la cara de Ogro llena de ronchas rojas y abultadas— ¡Pobrecillo! ¡Pues sí que te han dejado bueno, Ogro; tu cara es un poema!
– Mi cara, además de un poema, me pica y me molesta.
– ¡Cuánto lo siento! —decía Hada sinceramente conmovida por el malestar de su amigo— ¿qué pasó con el mosquitero y con el repelente?
– Nada, no le hacen ni caso. El repelente no los repele, Hada. Yo creo que los mosquitos de aquí engordan con el repelente que nos trajimos. Creo que el repelente debería ser un repelente comprado aquí para mosquitos de aquí, que seguramente no son como los mosquitos de allí —contestó Ogro convencido de que su repelente español era absolutamente inútil para mosquitos indios.
– ¿Y el mosquitero? —siguió preguntando Hada.
– Pues el mosquitero no sé. Me metí en la cama y me olvidé de ponerlo. Me quedé dormido al instante, estaba tan cansado, Hada.
– Claro, ahora me lo explico —dijo Hada— Anda, ven, vamos a ver al doctor antes de salir para Agra y él te dará algún remedio.
Así lo hicieron. Fueron al botiquín y el médico untó la cara de Ogro con una pomada que lo alivió al instante.
– ¿Megorrr? —preguntó el médico, un joven sij que llevaba un precioso turbante color turquesa y una barba muy bien arreglada— ¿Está usteg megorrr, mister “Orgorgo”?
– Sí, muchas gracias, señor doctor —contestó Ogro un poco más animado—, creo que es suficiente.
– Entonces vamos, Ogro, que nos esperan ya todos en el autobús —pidió Hada que no quería hacer esperar a sus compañeros y a los jóvenes de su equipo.
– Sí, vamos, Hada —y Ogro la siguió hasta la salida donde un renqueante y destartalado autobús los esperaba para hacer el viaje más alucinante de su vida.

CAMINO DE AGRA
Dicen que en la India es más fácil conducir sin frenos que sin bocina y eso lo comprobó Ogro al instante. Las calles y las carreteras son un verdadero caos. Cuando salieron, a través de la ciudad, Ogro se maravillaba de que el conductor no atropellase a nueve de cada diez personas, pues todas andaban por la calzada como si la calzada fuera una acera más, eso cuando  había acera, que era pocas veces. Entre los rickshaws, los camiones, autobuses, los motoricksaws y vehículos de toda condición; las vacas sagradas, camellos, perros, gatos y demás fauna callejera, era una aventura desplazarse por la ciudad.
Ogro respiró cuando se encontraron en la carretera… Bueno, respiró poco tiempo pues el autobús daba tumbos y saltos como si en vez de rodar por una carretera lo hiciese de socavón en socavón. Y ésa era la realidad. El autobús no sorteaba los socavones, simplemente los pasaba por encima, y los había a cientos.
– No es muy cómodo esto ¿eh, Hada? —decía Ogro mientras todos los cooperantes se agarraban como podían a los asientos y los chicos y chicas reían sin parar y gritaban cada vez que el autobús daba un tumbo.
Además iban literalmente achicharrados en aquel autobús “con aire acondicionado”, es decir, acondicionado por el poco aire que entraba a través de las ventanillas sin cristales.
– No, no  es nada cómodo, Ogro —aseguraba su amiga—, llegaremos molidos a Agra, estoy segura.
– No creo que haya conductores más hábiles en el mundo, Hada, esto es un infierno —decía Ogro aterrorizado.
– Sí, es peligroso. Comer y conducir es lo único que los indios hacen aprisa. Y las carreteras son infernales; que no te pase nada, es la ley de la suerte.
– ¡Madre mía! —exclamaba Ogro aturdido— nos vamos a desconyuntar.
– Déjate llevar, Ogro, es lo mejor, no fuerces posturas sino mañana no te mueves y ya sabes que mañana tenemos que visitar el monumento a Gandhi en Delhi antes de coger el avión —aconsejó Hada a su amigo.
Y Ogro pensó que si resistía las ocho horas que duraba aquel viaje en aquel autobús, ya sería capaz de resistir cualquier cosa.

EL TAJ MAHAL
Indio con serpiente cerca del Taj Mahal. Foto de Sara
Al fin, a pesar de tan terrible viaje, llegaron a Agra y fueron directamente a visitar el Taj Mahal. El espectáculo era impresionante, sabían que jamás podrían  contemplar algo parecido en ningún otro sitio. Y había miles de personas de toda raza y condición, entre las que brillaban los saris de las mujeres indias y los turbantes de los sij. La policía los separaba en dos filas, a un lado las mujeres y al otro los hombres, según la costumbre india, y además una cola para los naturales del país y otra para los turistas.
– ¡Mira, Hada! ¡Un encantador de serpientes! —y Ogro se paró a contemplar cómo la cobra salía de su cesto al son de la flauta y talmente parecía que se movía hipnotizada por la música.
– Debes de darle algunas rupias, si quieres mirar, Ogro —dijo Hada que conocía mejor que él las costumbres de aquel fascinante país.
– Claro —respondió Ogro buscando en su bolso—, pues no tengo ni una rupia suelta ¿tienes tú Hada?
– Vaya, lo siento, tampoco tengo ninguna rupia suelta. Luego volvemos por aquí y se las damos ¿de acuerdo?
– Por supuesto, Hada —afirmó Ogro esperando cambiar dinero enseguida y volver por allí para darle unas rupias.
Y se marcharon un poco mohínos porque no podían gratificar de ninguna manera al encantador de serpientes. Pero sí le  hicieron fotos. Luego se dirigieron al grupo del guía que habían contratado para escuchar sus palabras sobre la tumba más hermosa del mundo, mandada construir por el emperador mogol Sha Jahan en honor de su esposa favorita.
Fue un largo y cansadísimo recorrido, y ya el calor era insoportable así que todo el grupo decidió ir a visitar el Fuerte Rojo y a descansar y comer algo antes de subirse de nuevo al autobús y regresar al Centro de Cooperantes. Al volver pasaron de nuevo junto al encantador de serpientes y buscaron unas rupias en el bolso para ponerlas en su cestita. Pero el encantador de serpientes al verlos tapó el cesto de la serpiente a toda prisa y dejó de tocar.
– ¡Vaya! —exclamó Ogro— ¿Por qué  hace eso?
– Pues porque antes no le dimos nada. Nos ha reconocido y piensa que nos queremos aprovechar de él —contestó Hada depositando unas rupias en el cesto de paja de arroz que tenía a sus pies.
– Ja ja ja, Hada —contestó Ogro riéndose— qué listos ¿verdad?
– Sí, es su forma de vida, no tienen otra. Y, naturalmente, no les gusta que les tomen el pelo.
Marián y Sara en el Taj Mahal. Año 2008
Y los dos ofrecieron unas rupias al encantador de serpientes que, al comprobar que le habían dado unas monedas, los saludó a la manera india y se dispuso a tocar otra vez su flauta para que vieran a la cobra salir del cesto. Pero Ogro y Hada ya no esperaron mucho, sólo unos minutos por cortesía, saludaron también a la manera india y se marcharon al autobús.

OGRO Y HADA CENAN POR ÚLTIMA VEZ CON SUS CAMPAÑEROS Y SUS CUADRILLAS DE JÓVENES.
El regreso fue tan penoso como la ida, pero estaban tan cansados que, a pesar de los tumbos, frenazos y acelerones casi todos se durmieron hasta llegar al Centro de Cooperantes donde les esperaba una cena a todos juntos, después de la que pasarían allí su última noche.
– Vuelves prrrronto Orgorgo, Hada—decían a coro inclinándose con las manos juntas en el pecho— Vuelves prrrronto dos —repetían una y otra vez.
Y a “Orgorgo” se le llenaba el corazón de una gran melancolía y estaba seguro de que los iba a recordar siempre con un inmenso cariño.


Al terminar la cena fueron despidiéndose unos de otros, muy emocionados y al mismo tiempo agradecidos de haber pasado aquel tiempo entre personas tan estupendas, monitores y jóvenes se desearon prosperidad y salud para el futuro.
– ¡Namasté, adiós Orgorgo! ¡Namasté, adiós Hada! Shukriyá, shukriyá, gracias, gracias —decían a una sola voz mientras los saludaban juntando las manos en el pecho y colgándoles del cuello preciosas guirnaldas de flores.
Una de las chicas se adelantó y entregó a Ogro una bolsa con un regalo. Ogro se sintió conmovido y la abrió inmediatamente mientras les daba las gracias.
– ¡Oh! —exclamó Ogro sacando de la bolsa un elefante de peluche—. Muchas gracias, shukriyá, es encantador, muchas gracias —repetía.
Otra chica hizo lo mismo con Hada mientras le pintaba un bindi u ojo espiritual en la frente. Hada se dejó hacer y después de darle las gracias sacó de la bolsa un camello también de peluche.
– ¡Muchas gracias, shukriyá! —agradeció Hada— lo guardaré siempre, muchas gracias.
Ogro y Hada repartieron entre sus jóvenes algunas golosinas y fotos para que les quedaran de recuerdo y, saludándose por última vez, se fueron a sus respectivos dormitorios, Hada a dormir como un leño y Ogro, seguramente, a pelearse con los mosquitos y a envolver los regalos que había comprado para Rosa y para su mamá, un precioso sari para cada una, el de Rosa, de color rosa, y el de su mamá de color anaranjado.

FIN

DICCIONARIO:
Bindi: dibujo redondo que se ponen las mujeres en el entrecejo como adorno o símbolo religioso (también ojo espiritual)
Cúrcuma: especia de color amarillo, llamada también azafrán cimarrón, que se usa para hacer curry y para condimentar muchos alimentos en la India.
Chapati: especie de torta de harina con la que se cogen los alimentos a modo de cuchara y que también se come.
Dhal: legumbres secas, alubias, guisantes.
Kripayá: por favor.
Namasté: hola, adiós.
Rickshaw: especie de cochecito de dos ruedas que hace de taxi y está tirado por un hombre.
Sari: vestido típico de las mujeres en la India.
Sij: religión monoteísta que se practica en la India.
Shukriyá: gracias
Thali: bandeja para alimentos.
Taj Mahal: monumento funerario en Agra, una de las maravillas de la arquitectura mundial de todos los tiempos.

Gandhi: Mahatma Gandhi (Alma Grande, El Magnánimo): Llamado también Apóstol de la Paz, nació en India en 1869 y trabajó por la pacificación de su país y por su independencia. Murió en 1948 asesinado por un hindú.

LUGARES QUE APARECEN
Rajastán: Estado de la India situado al Noroeste.
Jaipur: capital del estado de Rajastán
Delhi: capital de la India, en Aryana.
Agra: capital del Estado Norte

 Próximo y último capítulo: Bartolo y Telma regresan a España.









martes, 14 de agosto de 2012

Continuación

OGRO EXPLICA A HADA Y A UNA AMIGA FRANCESA QUE SUS JÓVENES SE HAN MARCHADO AL MEDIODÍA, Y SIN AVISAR.
—Hada, disculpa —dijo Ogro al acercarse—, no sé qué he hecho, se han ido todos.
—Hola, amigo —contestó Hada— ésta es Nicole, de Francia —le indicó Hada señalando a una chica que hablaba con ella— y él es Ogro, mi amigo —indicó a su interlocutora.
—Mucho gusto, Nicole —respondió Ogro— Pero ya no me llamo Ogro sino Orgorgo y disculpa la interrupción, Nicole, necesito consultar con Hada un asunto, ¿te importa, Nicole?
—Claro que no —contestó Nicole en un perfecto español.
—Encantada de conocerte, Ogro.
—¿Qué ocurre, Ogro? ¿Y por qué te cambiaste el nombre? —preguntó Hada.
—El nombre me lo cambiaron ellos, mis muchachos y muchachas, que lo pronuncian así y además se han ido, Hada —dijo Ogro con cierta precipitación—, se han ido sin más. Dijeron namasté, namasté y, hala, se marcharon.
—¿Quiénes se han ido, Ogro?
—Pues los jóvenes de mi equipo, ¿no te enteras? A las doce dejaron todo y sin avisar siquiera, se marcharon todos. Uno tras otro.
—¡Ahhhhh...! Pero, ¿nadie te dijo nada? —preguntó Hada— Disculpa, Ogro, como estabas conmigo, el coordinador creyó que te lo diría yo. Y yo no lo hice, lo siento. Se me olvidó.

—¿El qué se te olvidó, Hada? —preguntó Ogro un poco impaciente.
—Pues se me olvidó decirte que al mediodía se deja de trabajar porque hace mucho calor, por eso se madruga tanto. No te preocupes, mañana volverán.
—¡Ah, vaya! Calor sí que hace, es horrible, y hay más mosquitos que gotas de agua en el Ganges —se quejó Ogro que seguía sin soportar los mosquitos.
—Ahora vamos a comer y luego descansamos hasta las seis. A esa hora tendremos una reunión para hablar de nuestro primer día.
—Claro, nos veremos allí, entonces —contestó Ogro.
—Y no olvides el mosquitero, Ogro. Ni el repelente, también a la hora de la siesta —añadió Hada con una sonrisa.
—No lo olvidaré, Hada, gracias. Gracias Nicole. Me ha gustado mucho conocerte —dijo Ogro ya más tranquilo.
—Por cierto, te han puesto un nombre muy propio ¿eh? —observó Hada con retintín.
—Sí, es muy propio —admitió Ogro que pensaba que para qué iba a cansarse en discutir con Hada si ya lo agobiaba bastante el calor y los dichosos mosquitos.
Es cierto que Ogro descendía de una muy paciente raza de gente tranquila, de gran bondad de corazón, pero Hada a veces se ponía muy pesadita con sus bromas y a él le gustaría atajarla con una de aquellas contestaciones rápidas e inteligentes que se le ocurrían un rato después, pero, claro, un rato después. Siempre se quedaba con las ganas. Ogro, en realidad, descendía de los antiquísimos hombres del Norte, como ya hemos explicado, que no eran ogros ni nada de eso, sino gente estupenda, pero su aspecto físico aún se parecía mucho a sus antepasados: bajitos, algo redondos, con los pies grandes y las manos pequeñas… En fin, ya hemos hablado de eso. El mismo Ogro se había acostumbrado de tal manera al apodo, que ya había olvidado su nombre de verdad.

OGRO Y HADA REPITEN CADA DÍA SUS RESPECTIVAS LECCIONES Y LOS CHICOS APRENDEN APRISA Y BIEN.
Y así fue, más o menos, cada día durante el mes que Hada y Ogro ejercieron de monitores al frente de aquellos chicos y chicas, los cuales, por cierto, parecían tener una facilidad especial para aprender idiomas, pues aunque sólo aprendieron algunas palabras de español, entendía a Ogro y a Hada bastante bien.
—¡Orgorgo! —llamaban entre risas y muecas— ¡Orgorgo, Orgorgo! —repetían continuamente.
—Yo no quiero más chapati —decía Ogro cuando comían juntos y él, igual que ellos, se ayudaba de chapati para coger las verduras o el dhal o el arroz que se servía para todos en una gran fuente o en una hoja de plátano, todo aliñado con cúrcuma.
—Y-o-noquegomachapati —repetían los jóvenes mirando a Orgorgo muy alegres, mientras ellos cogían del thali, y con la mano,  dhal y arroz y verduras con la habilidad de los que aprenden de pequeños esas costumbres.
Ogro había aprendido también algunas palabras en hindi, thali: bandeja; dhal: verdura; chapati: torta de harina, como pan fino. Con eso se las arreglaba bastante bien.
Todos se morían de risa viendo la torpeza de su “Orgorgo” con el chapati y el dhal y el arroz. Se le caía todo. Ogro adoraba a sus jóvenes y ellos le correspondían. Formaban un equipo formidable. Ya estaban preparados para buscar trabajo de pintores o en alguna fábrica de muebles o de puertas o ventanas. Eran listos y trabajadores y tenían mucho empeño en salir adelante.
Al terminar de comer siempre les servían un té muy oloroso, francamente muy rico y Ogro, levantando su vaso exclamaba:
—¡Salud, amigos!
—¡Asluz-amios! —contestaban a coro los cinco levantando también sus vasos de té e imitando todos los gestos de su monitor.
Así fueron transcurriendo los días. Su equipo de jóvenes trabajaba por la mañana e iba a la escuela por la tarde. Hada sólo había salido un par de noches con su varita mágica a contar cuentos occidentales a los niños. Se dedicó a fondo a enseñar a lijar madera, a cortarla por un patrón, a ensamblar, a pegar, a colocar vidrios a ventanas… En fin, fue todo muy agradable pero también muy duro porque el calor no dejaba apenas respirar y las lluvias del monzón, tan esperadas aquel año, parecían perezosas y no llegaban.

FIN DEL TRABAJO.
PARA CELEBRARLO, Y ANTES REGRESAR AL PAÍS DE ORIGEN, NADA MEJOR QUE UNA VISITA A AGRA EN COMPAÑÍA DE LOS DEMÁS COOPERANTES Y DEL EQUIPO DE TRABAJO.