Abeja

Controles de la abeja

miércoles, 27 de junio de 2012

Continuación.

BARTOLO APRENDE A PONER BOTONES.

Ogro vio, en un momento, todos sus sueños por tierra, Rosa con su preciosa cara poniendo gesto de no creer lo que veía... él en la acera viéndola marcharse... ¡Qué horror! Pero mamá, que no sospechaba la tormenta que había en su corazón, siguió hablando.
—Voy hacer algo mejor, hijo—repuso mamá viendo la cara de consternación que se le había quedado a su hijo.
— Te enseñaré a coser botones.
—Muchas gracias, mamá. ¡Qué buena eres…! En un momento preparo el café.
 Ogro, es decir, Bartolo, ya estaba más tranquilo, aunque, sinceramente, lo que quería era ver el botón cosido en la camisa cuanto primero mejor. Ya aprendería en otra ocasión a poner botones. Pero su madre pensaba de otra manera.
—¿Y este lío que tienes aquí, Ogro? —preguntó su madre cogiendo la camisa de la que colgaba el hilo sin la aguja, que se había caído al suelo.
—Pues… Ya ves, no sé poner un botón, pero si me enseñas…—contestó Ogro algo avergonzado.
Ogro esperaba, más o menos, una respuesta como ésta:
—“Hijo, anda, tú no te preocupes que yo te pongo el botón”
Y Ogro ponía tal cara de circunstancias que, de no ser porque mamá ya sabía de memoria todos sus trucos, hubiese cedido. Se  hizo la loca y cogió la camisa de rayas anaranjadas para ver dónde faltaba el botón.

OGRO SOÑABA DESPIERTO
Ogro, es decir, Bartolo, enseguida se dio cuenta de que aquél era el más disparatado de los sueños. Buena era mamá para consentirle lo que no debía consentirle.
—Claro que te enseño, por supuesto. Ahora mismo.
Eso dijo mamá para tranquilizarlo, mientras recogía la aguja del suelo, enhebraba la aguja como una Maestra Enhebradora de Agujas y la pinchaba en la camisa para que no se perdiera.
Ogro la miraba por el rabillo del ojo mientras preparaba el café —en justicia hay que decir que Ogro hacía un café buenísimo— y se apuraba todo lo que podía, pues el tiempo pasaba muy rápido. Y sabía de sobra que, de una u otra manera, sería él quién acabaría cosiendo el botón. De eso no cabía la menor duda. Él pondría el botón, por supuesto.
Sirvió un estupendo café para los dos, sobre una bandeja y con un mantelito primoroso; cuidó con esmero los detalles: las tazas sobre los platitos, las servilletas de merienda a la izquierda… la cucharilla, el azucarero limpísimo, lleno de azúcar integral; unas pastas de almendra sobre una bandejita impoluta y un café que olía a gloria en una preciosa cafetera.
—¡Qué maravilla, hijo! —alabó su madre probando el café muy caliente, tal como a ella le gustaba.
—Es un café excelente, me encanta, muchas gracias, hijo —dijo su madre mientras terminaba también su café—. Las pastas son estupendas —afirmó también mamá.
—¿Me enseñas ahora a poner el botón, mamá? —preguntó Ogro con premura.
—Primero recoge el servicio del café, lávalo y guárdalo, hijo. Cada cosa a su tiempo.
A Ogro ni se le hubiera ocurrido protestar ni contradecir a su madre porque se estaba jugando mucho, así que en un periquete, recogió, lavó y guardó el servicio del café.
—¡Ya está! —exclamó cuando guardaba la última cucharilla en el cajón.
—Pues ahora te sientas —dijo mamá— y vas haciendo lo que yo te diga.
—De acuerdo —contestó Ogro dispuesto a no perder un detalle de aquella clase magistral de poner botones.
—Mira, lo primero que hay que hacer, después de enhebrar la aguja,  es un nudo para que no se salga el hilo. Así, mira —y la mamá de Ogro enroscó delicadamente el hilo en le índice de la mano derecha, se ayudó con el pulgar retorciéndolo un poco, e hizo un nudo primoroso en el extremo del hilo, y todo con una sola mano.
—Ahora tú, hijo, inténtalo —pidió ella.
Y Ogro hizo un nudo, no muy bien, pero servía.
—Bien —dijo su madre con mucha dulzura—, ahora coge la aguja y pincha en el sitio en el que estaba el botón.
Y Ogro cogió la aguja con el hilo. Tiró más de la cuenta y desenhebró la aguja. Puso tal cara de pena que su mamá sintió una ternura infinita por él. Al fin y al cabo su hijo no era muy mañoso, mejor dicho, era más bien un desastre, pero estaba poniendo mucha voluntad y hacía otras muchas cosas bien pues era un excelente trabajador. Era pintor, pintaba casas y tenía mucho trabajo porque lo hacía a la perfección y cobraba lo justo. Pero ella, la mamá de Ogro,  entendía que hay cosas que todos debemos saber hacer aunque no las hagamos tan perfectas.
—No te preocupes, hazlo de nuevo. Sin prisas.
Ogro así lo  hizo, enhebró la aguja a la primera, pues ya le  había cogido el truco, hizo un nudo regular, pero era un nudo, y se puso muy contento.
—Ya ves —dijo mamá—, no hay nada imposible si se quiere hacer. Hoy es un botón, mañana puede ser un zurcido, otro día coser el bajo de un pantalón.
—¡Oh, no! —pensó Ogro— no se veía él haciendo de costurera. Es que aquello era una emergencia, y botón más o menos no importaba, sobre todo por una buena causa. Y la causa era la cara de Rosa que resplandecía otra vez en su imaginación.
—Pero de eso a hacerme sastre —seguía pensando, sólo pensando, nada de descubrirse delante de mamá por si se ofendía y se largaba—, o zurcidor profesional hay un abismo insalvable.
Ogro estaba dispuesto a poner el botón y también aprender a poner el botón para posibles emergencias en el futuro, y se acabó.

AL FIN ESTÁ PUESTO EL BOTÓN Y OGRO, DE MOMENTO, ESTÁ COMO UNAS CASTAÑUELAS.
—¿Ves, hijo? ¿Te das cuenta? No es tan difícil. Es el primero que coses, irás mejorando poco a poco.
—¡Ya lo creo! —contestó Ogro diciéndose para sus adentros que sería el primero y el último botón que cosería, al menos de momento.
—A propósito —siguió mamá—, tengo un montón de botones que poner en algunas cosas mías. Desde que me jubilé no tengo tiempo para nada; ya sabes: conciertos, el cine, mis partidas de  mus, los viajes del INSERSO, el coro… no tengo tiempo para  nada, para nada.
Ogro empezó a temblar sin saber muy bien por qué.
—Como estás de vacaciones —continuó su madre sin inmutarse—, mañana te las traigo y así haces prácticas de poner botones, ¿te parece bien?
Ogro sabía que lo de “¿te parece bien?”, su mamá lo decía por decir. Daba igual cómo le pareciese a él. Mamá era mamá y lo que mamá mandase, se hacía, aunque no le pareciese nada bien, pero no merecía la pena protestar.
Mañana, a primera hora, su mamá le traería un montón de trapos a los que él tendría que poner botones, un montón de botones, de eso no tenía la menor duda.
Pero… de momento… tenía su camisa arreglada e iría con Rosa al cine. Mañana era otro día; hoy tocaba disfrutar de lo lindo con la compañía de su amiga muy amiga, así que cada cosa a su tiempo.
—Bien —dijo mamá—, me voy, que ya se me hace tarde. Me alegro mucho de verte hijo, y de que vayas aprendiendo cosas. Ahora recoge todo, guarda todo bien, te pones guapo y mañana nos vemos.
Con éstas, la mamá de Ogro se marchó al concierto. Ogro optó por hacer lo que le habían mandado. Recogió todo, se duchó, se puso su mejor colonia, se vistió elegantísimo con su camisa de rayas anaranjadas y se fue a buscar a Rosa.
Esperó a Rosa un ratito, hasta que la vio llegar por la acera muy contenta y muy elegante también.
—Hola, Rosa —y Ogro sonreía la mar de feliz.
—Hola Ogro, ¡qué camisa tan bonita llevas! Me encantan las rayas anaranjadas ¡Qué bien te sienta! —decía Rosa admirada—. Son iguales que el color de tu pelo; estás guapísimo.
—¿De veras? —contestó Ogro más orgulloso que un pavo—.También es mi preferida. He estado cosiéndole un botón que se  había caído —dijo como quien no quiere la cosa, pero seguro de que su amiga se iba a interesar por su maña y su arte de poner botones.
—¡No me digas que sabes coser botones! —Rosa estaba sorprendida de veras.
—Pues claro que sé, y cocinar…
Rosa lo miraba con auténtica admiración. Ogro no dio más explicaciones. En justicia sí sabía poner botones, no muy bien, pero sí sabía. Y sabía cocinar, sólo pollo asado, pero en cuanto volviera Hada, cocinaría mejor que el mejor chef. En cuanto a los botones… ¡anda que no iba a poner botones! Pero eso, mañana.
Se sentía muy feliz y Rosa tenía la cara más bonita del mundo, así que ni botones ni pollos ni nada le importaba a Ogro, es decir, Bartolo, en aquel momento. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de ver más veces a su amiga muy amiga y pasear con ella e ir al cine. Aquella era una tarde muy especial y se sentía muy contento. Si mañana llovían botones, sería mañana.

Fin del segundo cuento.
En el siguiente, el tercero, Ogro, es decir Bartolo, aprende a comprar sardinas.

viernes, 22 de junio de 2012

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE BARTOLO Y TELMA

Segundo cuento

BARTOLO APRENDE A PONER BOTONES

Aquello de “coser y cantar” le parecía a Ogro, es decir, a Bartolo, un cuento chino, pues se había empeñado en pegar el botón que se la había caído a su mejor camisa y se dio cuenta de que no tenía ni idea. No era tan fácil encajar un botón en un lado de la camisa para que coincidiera con el lado del ojal y que el botón entrara en el ojal sin hacer arrugas y cosas raras. Lo único que sabía cierto era que la aguja no se puede coger por la punta porque pincha, y eso después de hacerse sangre en el dedo índice con la punta de la aguja.
En primer lugar, observó que los botones estaban cosidos con hilo naranja, como las rayas de su camisa, así que lo primero era ir a la mercería a comprar hilo naranja y, de paso, un dedal y unas agujas con el agujero bien grande porque por más que lo intentase —pensaba— no sería capaz de enhebrar ninguna aguja.
—¿Cómo puedo meter un hilo por un agujero tan pequeño? Es imposible. ¿No será cosa de brujas?
Y es que Ogro tenía un costurero; eso es, un costurero. Un hermoso costurero que le había regalado su madre, Ogra, cuando se hartó de coserle la ropa y le dijo que si no la cosía él, que la llevara rota, que a ella le daba igual. Que ya era hora de que se las arreglara él solito.
—Ya eres muy mayor, hijo, para depender de mamá —dijo muy firme.
Y lo despachó el día de su cumpleaños con un hermoso costurero.
Ogro llevó el costurero a su casa a regañadientes y, además de no contarlo a nadie, lo olvidó en el fondo de un cajón de la cocina justo hasta el momento en que quiso ponerse la camisa de rayas anaranjadas y vio que le faltaba un botón. El costurero tenía de todo, pero el dedal no le servía y además no tenía hilo anaranjado.
Aquella tarde tenía que estar guapo porque le esperaba su amiga muy amiga, Rosa, que de un momento a otro saldría de trabajar del supermercado. Esta vez no podía pedir auxilio a su madre porque sabía que su madre no le ayudaría, y tampoco a su amiga Hada, porque Hada estaba de viaje, en el “Congreso de Hadas para la Revolución de los Sueños”, en la Cuidad de los Encantamientos.  Cierto que le Revolución de los Sueños era más bien un congreso de psicología infantil, y la Cuidad de los Encantamientos era, ni más ni menos, que Cuenca. Pero a su amiga Hada le gustaban mucho estas cosas y ponía nombres extraños a todo. Era un poco fantástica Hada, es decir, Telma.
Total, que Ogro estaba solo, así que tenía dos caminos: o ponerse otra camisa o poner el botón que se había caído. Pensó en Rosa y se le pusieron los ojos en blanco porque Ogro, es decir, Bartolo, estaba enamorado de Rosa, eso era evidente. No podía presentarse ante ella como un desarrapado.
De momento, optó por ponerse otra camisa. Era lo más fácil y lo más rápido. Pero ¡quiá! ninguna le sentaba tan bien como la camisa de rayas anaranjadas, pues hacía juego con su pelo anaranjado también y sus ojos verdes parecían más verdes, y estaba dispuesto a que Rosa lo encontrase guapísimo y aceptara ir con él al cine aquella tarde.
Nada, Ogro tenía que coser el botón de su camisa, no había más remedio, así es que salió a la calle y caminó hasta la mercería que estaba llena de gente  comprando botones, hilos, cintas, corchetes y un montón de cosas más.
—Buenos días —saludó Ogro.
—Buenos días —contestaron los clientes y la mercera.
—¿Y usted qué desea? —le preguntó la mercera muy amablemente.
—Pues yo quería unas agujas de coser, con un agujero bien grande, hilo color naranja y un dedal en el que me quepa este dedo —repuso Ogro enseñando el dedo corazón de su mano izquierda.
—Pero es mejor que lo probemos en el dedo corazón de la mano derecha —repuso la mercera sin inmutarse—, el dedal se pone en el dedo corazón de la mano derecha, a no ser que sea usted zurdo, claro.
—Pues no, no soy zurdo, creo que me equivoqué de dedo —contestó Ogro un poco azorado.
—Con las agujas y con el hilo no hay problema —dijo la mercera mientras le miraba el dedo corazón como si lo estuviera midiendo—, pero no sé si tendré dedales del tamaño de su dedo.
Ogro sufrió una ligera desilusión pero enseguida se repuso. Cosería el botón aunque la aguja lo pinchara bien fuerte, no podía ir a recoger a Rosa con la camisa sin un botón, ¿qué diría ella? Pensaría que era un desastre y un desaliñado. No era momento de exponerse a no aparecer impecablemente vestido delante de su amiga muy amiga.
En aquel momento la mercera llegó con una caja viejísima de latón y la abrió delante de él. Allí había dedales de casi todos los tamaños que uno se pudiese imaginar y Ogro se dispuso a probar dedales hasta encontrar uno en el que cupiera su dedo. Probó varios y todos le quedaban pequeños, pero no se desanimó y siguió revolviendo en la caja.
—¿No encuentra nada? —preguntó la mercera atentísima—. Espere un momento, termino con esta señora y le ayudo.
Ogro siguió probándose dedales sin éxito hasta que la mercera terminó de atender a la señora y buscó, con muy buen ojo, un dedal adecuado. Era el más grande que había en la caja; se conoce que ella estaba acostumbrada a vender dedales grandes y pequeños porque acertó con el primero. Ogro se lo puso y vio que le sentaba de maravilla. Además sintió que su dedo estaría protegido de las agujas para siempre.
—Sí, éste está bien, señora mercera, muchas gracias —repuso Ogro francamente agradecido por la ayuda.
Era una buena forma de empezar, así que recogió sus compras, pagó el importe y se fue a casa otra vez. Estaba seguro de que sería muy capaz de poner el botón a su camisa y que ya estaba todo solucionado.

OGRO, ES DECIR, BARTOLO, SE DA CUENTA DE QUE NO ES TAN FÁCIL PONER UN BOTÓN.
Pero una cosa es que se desee poner un botón y otra poner un botón, y Ogro tuvo que reconocer que, de aquel asunto de botones, estaba a uvas, y que no era tan sencillo.
Llegó a casa, se sentó cómodamente en una silla de la cocina, abrió su costurero (por primera vez en su vida agradeció sinceramente el regalo de su madre) y después lo primero que hizo, lógicamente, fue ponerse su flamante dedal. Era un dedal plateado, como uno que tenía su mamá desde hacía quién sabe cuántos años. Ogro sonrió viendo su dedo tan bien protegido y recordando el pinchazo de por la mañana. ¡Ya podían venir todas las agujas del mundo, su dedo estaba blindado contra las agujas!
—Ahora no tendré problemas con las agujas —pensó—. Soy un as poniendo dedales y botones.
Ogro, de momento, era un as poniendo dedales. Lo que no se podía imaginar es que, justo en ese momento, empezaban sus problemas con el dichoso botón, porque ponerse un dedal es la parte más sencilla del trabajo.
Entonces Ogro se sentó cómodamente en una silla de la cocina, abrió el costurero, se puso el dedal y en aquel momento se dio cuenta de que no tenía allí ni la camisa ni el botón.
—Qué poco organizado soy —pensó dando la razón a su mamá cuando ella le decía estas cosas e intentaba enseñarle a ser ordenado.
Se levantó y fue a su dormitorio a buscar la camisa y el botón. Cuando volvía sonó el teléfono. Era Hada desde la Ciudad de los Encantamientos, es decir, desde Cuenca, en la que tenía lugar el Congreso de Hadas sin Fronteras, o lo que es lo mismo, de auxiliares de psicólogos y psicólogas infantiles o, como Hada le llamaba, HSF. Los auxiliares se encargaban de cuidar de los niños y de evitar que tuviesen miedo mientras esperaban en la consulta. Era una labor preciosa y Hada, que era algo especial, tenía una varita mágica, de plástico amarillo y que no servía para nada, pero varita mágica al fin y al cabo.
—¿Diga? —contestó Ogro descolgando el inalámbrico.
—Hola, amigo Ogro, soy Hada. ¿Cómo te va?
—Pues me va muy bien, Hada, me va de maravilla, estoy poniendo un botón que se ha caído —presumió Ogro muy inflado.
—¿Pero tú sabes poner botones? —preguntó Hada bastante incrédula.
—Pues claro, Hada ¿qué te crees? Claro que sé —contestó Ogro seguro de que su amiga se iba a tragar semejante bola.
—Pues estupendo, Ogro, me alegro mucho de que sepas coser —dijo Hada sin creerse ni una palabra—. En unos días regreso, así que ya nos veremos, ¿de acuerdo? Recuerda que aún te falta aprender a hacer la compra. Un beso, Ogro, y hasta pronto.
—De acuerdo, amiga. Hasta pronto, un beso —contestó Ogro.
Entonces recordó el episodio del pollo y la sopa un poco mosqueado porque Hada no se había olvidado del asunto de la compra, lo que él sí había olvidado, y porque aprender a comprar no era algo que le hiciera mucha ilusión precisamente.

OGRO ESTÁ EMPEÑADO EN PONER EL BOTÓN
Y los dos colgaron. Ogro se fue a la cocina de nuevo a seguir peleándose con su botón. Se sentó, cogió la aguja y el hilo anaranjado y se puso a enhebrarla sin demasiado éxito. El hilo se doblaba y no quería entrar en la aguja, así que Ogro le cortó un trocito con las tijeras, como había visto hacer a su mamá, y volvió a intentarlo una y otra vez, pero no había manera, el hilo se doblaba y no entraba por aquel agujero que a Ogro se le antojó el agujero de aguja más pequeño del mundo, a pesar de que la mercera le había vendido unas agujas con el agujero más grande que existía. Y era igual que Ogro sacara la lengua y la apretase con los dientes, el hilo no entraba en la aguja. Ni a la fuerza ni de ninguna manera.
Acercaba y alejaba la aguja, pero nada, no era posible, el hilo se negaba a entrar en el agujero de la aguja. Se levantó para ir a la ventana a ver si, con más luz, podía conseguirlo y, al levantarse, tropezó en el costurero que dio la vuelta y se cayó al suelo la caja de alfileres… ¡Qué horror! Todos los alfileres desperdigados por el suelo, ¡todos! No había quedado dentro de la caja ni uno.
Suspiró profundamente contrariado, se armó de paciencia y se dispuso a recoger los alfileres, uno por uno, antes de enhebrar la aguja.
—Uno por uno, eso para acabar de fastidiar, claro. Uno por uno —pensaba—. Anda que no hay alfileres aquí; hay miles y miles y miles de alfileres.
 Ogro hablaba en voz alta como si alguien pudiera escucharlo.
—¡Caray con los alfileres!
Ogro seguía recogiendo alfileres, había tantísimos que talmente creyó que jamás acabaría de recogerlos.
Poco a poco, uno a uno, al fin terminó. Cerró la caja de los alfileres y la puso dentro del costurero. Alejó el costurero al centro de la mesa —era una medida de lo más prudente para que no cayera de nuevo—, y se dispuso a sentarse. Ogro ya había aprendido algo: a no dejar el costurero de cualquier manera para que no se cayesen los alfileres.

OGRO NO HABÍA REPARADO EN QUE LA SILLA ESTABA TAMBIÉN LLENA DE ALFILERES.
Ogro estaba totalmente decidido a coser aquel botón como fuera, o ganaba el botón o ganaba él, y veía la preciosa cara de Rosa como en una nube y aquel botón tenía que quedar cosido a la camisa, faltaría más. Rosa tenía que verlo vestido como un elegante caballero. Y se sentó.
—¡¡¡Ayyy!!! ¡¡¡Huyyyy!!! ¡¡¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyy!!!!
Ogro se había clavado tres o cuatro alfileres que habían quedado sobre la silla y ¡vaya cómo dolían! Tuvo que irse al cuarto de baño a sacar los alfileres de su pantalón y que se le habían clavado en salva sea la parte, y a ponerse mercromina en los pinchazos.
—¡¡¡Pues vaya historia!!! ¡¡¡Cómo duele!!! ¡¡¡¡Ayyyyyyyy!!! —exclamaba mientras se arrancaba los alfileres con muchísimo cuidado.
Cuando terminó volvió a la cocina, recogió los alfileres de la silla y se puso a enhebrar la aguja de nuevo. Pero nada. No era su día, estaba convencido. Pero aquel hilo entraría en aquella aguja sí o sí. Igual se quedaba ciego, pero el hilo entraría en la aguja. Bueno era él.
Entonces tuvo una idea, recordó que había visto miles de veces a su mamá mojar el hilo con saliva y así lo hizo. Mojó el hilo en saliva. Claro, así parecía más tieso.
—¡Caray…! ¿Eso es!
El hilo entró como un cohete en el agujero de la aguja. Ogro casi no lo podía creer, al fin todo empezaba a salir bien.
—¡¡¡Uauuuuu!!! jejeje, ya está. Hala, a coser —dijo Ogro en voz alta.
Ogro cogió el botón, la camisa, aseguró el dedal en el dedo corazón de la mano derecha, cogió la aguja con el hilo y la clavó en la tela, justo en el sitio en el que estaba el botón antes de caerse. Entonces tiró de la aguja y del hilo y el hilo salió por el mismo sitio que había entrado.
—¡¡¡Huy!!! ¡¡¡Se ha salido!!!
Entonces recordó que el hilo necesitaba un nudo y aquello ya fue el colmo. Hacer un nudo en el extremo del hilo no era cosa de broma. Lo intentó un montón de veces, enredó el hilo otras tantas, así que tuvo que cortarlo y enhebrar la aguja de nuevo.
Mientras enredaba el hilo en la aguja, la aguja en la tela, la tela en la mano, se le caía el botón, y las rayas de la camisa lo mareaban, llamaron a la puerta. Ogro se levantó —en el fondo aliviado de descansar un poco de tan dura tarea—, y fue abrir.
¡Era su madre! ¡Estaba salvado! Bueno, eso creía él; como siempre, Ogro esperaba que los demás le hicieran las cosas pero su mamá ya no estaba por la labor.

LA MAMÁ DE OGRO YA NO COSE BOTONES
Ogro fue abrir la puerta y se llevó una gran alegría, no sólo porque fuera su mamá quién llamaba, sino porque lo sacaría de aquel terrible apuro.
—Hola, mami. ¡Qué guapa estás!
Ogro hablaba muy zalamero, pero con sinceridad, pues su madre estaba guapísima, con una pamela y un vestido floreado y unos zapatos y un bolso rojos.
—¿Adónde vas tan hermosa, mami? —preguntó Ogro.
—A un concierto —repuso su madre muy alegre.
—¿Pero no irás sola?
—No, no, voy con mi amigo Romualdo y con la señora Teopista, y luego iremos a cenar por ahí.
—Ajá, eso está muy bien —contestó Ogro a quien encantaba que su mamá saliera y tuviese amigos.
 —¿No tendrás mucha prisa, verdad? —preguntó Ogro con cierta preocupación.
—Pues no —repuso Ogra, es decir, Bartola—, no tengo mucha prisa, me sobran unos minutos, así que puedes  hacer un café y nos lo tomamos juntos.
Ogra no conocía las intenciones de su hijo respecto al botón.
—Estupendo, lo haré encantado y tú, mientras yo preparo el café, ¿me coses este botón en esta camisa, por favor? —preguntó Ogro con muchísima educación.
—Ni hablar, hijo, ni lo sueñes —determinó su mamá contundente.
Ogro, en un instante, se imaginó la cara de Rosa, el gesto desagradable que ponía y cómo su amiga muy amiga lo mandaba a paseo...

Continuará.

miércoles, 13 de junio de 2012

CONTINUACIÓN

OGRO SE VA A CHATEAR Y SE OLVIDA DE LA COMIDA
Y se fue feliz y como una perdiz a contar a sus amigos del chat lo listísimo que era, lo bien que cocinaba, qué pollo tan rico estaba haciendo él solito. Pero cuando más entusiasmado estaba con la trola que estaba contando, sonó el teléfono. Y era Hada otra vez.
—Hola, Ogro —saludó Hada al otro lado.
—Hola, Hada, —contestó Ogro.
—¿Ya está adobado el pollo?
—Claro, Hada. —respondió Ogro sin dejar de mirar a la pantalla de su ordenador—. Es fácil. No es para tanto adobar un pollo —siguió diciendo Ogro, es decir, Bartolo, como si en toda su vida no hubiese hecho otra cosa y para demostrar a su amiga que no era nada tonto y que era muy mañoso.
—Muy bien —contestó Hada con cierta indiferencia—, pues ahora pones el horno a doscientos grados y, mientras se calienta, coges un limón y lo metes dentro del pollo. Lo atas bien con bramante, bien apretado. Atas el pollo con el limón dentro, ¿entiendes?
—Claro que entiendo —repuso Ogro que no entendía ni jota de lo que Hada le decía— Pero, ¿por dónde le meto el limón al pollo?
Ogro, es decir, Bartlo, recordaba que el pollo no tenía cabeza, así que imposible metérselo por la boca.
—Pues chico, ¿a ti qué te parece? Algún sitio tendrá el pollo para meterle el limón, digo yo.
—Dices tú, claro. Tú lo dices todo menos por dónde le meto el limón al pollo. ¿Me lo claras, por favor?
—Mira, tú coges el pollo y por dónde veas un agujero le metes el limón al pollo, ¿de acuerdo?
Ahora sí que Ogro había dejado de chatear. Miraba la pantalla como alucinado, esperando algún milagro, algo que lo inspirase. Le pareció injusto que su amiga le exigiese conocer la anatomía de los pollos, él no era biólogo, era albañil, sabía mucho de pintura, de colores, de combinar colores… De pollos, ni idea.
—Bueno, Hada. Ya encontraré algún sitio para meter el limón al pollo, tranquila.
—Bien, después lo clavas con el asador, el pollo, entérate bien —continuó Hada—, el pollo es lo que tienes que clavar con el asador.  Luego lo metes en el horno.
—Espera, espera, Hada, eso ya es cosa tuya. No me líes —decía Ogro casi dando voces.
Hada esperó el tiempo justo de contar hasta diez para no enfadarse, buscó su tono más suave pero también más firme, y contestó:
—Yo tengo que ir a la peluquería y hacerme la manicura así que, coges ese pollo y haces lo que te digo. Y no olvides echarle por encima un buen chorro de vino blanco y colocar debajo del pollo una bandeja para recoger el jugo que vaya soltando. Y mientras el pollo se va dorando, lo riegas con ese jugo cada poco, para que no se reseque y esté jugoso.
—De acuerdo, Hada. Haré lo que me dices —contestó Ogro con la cabeza hecha un galimatías y completamente aturullado porque, entre otras cosas, se puso a chatear de nuevo y no podía atender bien a lo que Hada le decía.
—Hala, a trabajar —continuó Hada sin sospechar los apuros que estaba pasando su amigo—. Yo iré enseguida.
Ogro sólo oyó “yo iré enseguida”. En aquel momento pensó que, ya que Hada, es decir, Telma, iría enseguida, él bien podía esperar a que llegase. Ya asaría ella el pollo. Y siguió chateando como si nada.
A los cinco minutos, volvió a sonar el teléfono. Era Hada. ¡Otra vez!
—¿Ya has metido el pollo en el horno? Enseguida estoy ahí. Hasta  luego, Ogro —dijo Hada. Y colgó antes de que Ogro replicase.
Entonces, Ogro, no tuvo más remedio que hacer lo que Hada le había ordenado y se despidió de sus amigos del chat, apagó el ordenador y se fue a la cocina. Buscó un ovillo de bramante en el cajón y un limón en el frutero y se dispuso a hacer lo que su amiga le había mandado.
Ahora no recordaba si lo que tenía que atar era el limón para meterlo en el pollo, o el pollo para meterlo en el horno, y no sabía qué había dicho Hada, es decir, Telma, de vino blanco. Con la cabeza hecha un caos, sacó la cazuela de la nevera y se quedó mirando al pollo sin saber qué hacer con él.
—¿Y si le pregunto al pollo? Los pollos deberían hablar, aunque éste ya lo tiene dificil, además de ser un pollo, no tiene cabeza. Por lo menos traer instrucciones para saber qué hacer con ellos cuando se asan, pero éste no trae nada. Y si vuelvo a llamar a Hada para que me lo explique de nuevo, me desoreja, eso seguro.
Entonces Ogro decidió emplear su “lógica”. Lo lógico era que, como el limón era más pequeño, sería el limón lo que iba dentro del pollo. ¿Entero? No recordaba que su amiga hubiese hablado de partir el limón en trocitos… Entonces recordó la discusión del agujero por el que debía meter el limón dentro del pollo y empezó a darle vueltas en la cazuela. Y lo vio, claro.
—¡Ah! Claro. Por el culo. Hay que meter el limón por el culo del pollo. Y entero, porque cabe entero. ¡Ja, qué listísimo soy!
Ogro lavó el limón y lo metió enterito en el pollo al que, por supuesto, el carnicero ya había limpiado de tripas y demás.

LA LÓGICA DE OGRO NO SIRVE PARA ATAR EL POLLO CON BRAMANTE
Atarlo fue una  hazaña. Se le escurría el bramante, no sabía hacer un nudo, se desataba. Al final, el pollo tenía enroscado medio kilo de hilo de bramante sin orden ni concierto. Y, para rematar, se le acabó el bramante.
Ogro recordó que debía ponerle vino blanco por encima al pollo y fue a buscar una botella. Le quitó el tapón, de corcho, por supuesto, y bañó, bien bañado, el pollo y el bramante, con el vino.
Metió el pollo en el horno, clavado en el asador, y se quedó pasmado. El  pollo giraba dentro del horno. Y giraba solito, él no había hecho nada. Giraba despacito. Y él no había hecho nada, eso podía jurarlo. Parecía magia. Pero Ogro no era tonto, y sabía perfectamente que si el pollo giraba dentro del horno era porque el horno tenía un mecanismo que hacía girar al pollo. De magia, nada. Era un simple artilugio que funcionaba así.
Enseguida empezó a caer jugo en la bandeja que había puesto debajo y, ahora sí entendió lo de rociar al pollo de vez en cuando con aquella salsita…
De pronto Ogro se acordó… ¿y la sopa? Menos mal que Hada no pensó en la sopa, sino se veía cocinando también la sopa, y el flan y toda la comida del mundo mundial él solito y todo en un día. ¡Qué barbaridad!
Sonó el teléfono de nuevo.

¿HADA, ES DECIR, TELMA, LE ESTARÍA TOMANDO EL PELO?
—Hola, Ogro. Soy Hada otra vez. Oye, que me voy a retrasar un poco. Como no vamos a tomar sopa en la comida, porque es suficiente el pollo y una ensalada, vas preparando un caldo para la cena y un flan para postre.
—¡¡¡Jolipas, jolipas, jolipas…!!! —pensó Ogro. Sólo lo pensó.
—Lo que faltaba. Ahora la sopa. No, si ya decía yo… Y el flan —esto sólo lo pensaba, porque al otro lado del teléfono estaba su amiga y protestar era lo peor que podía hacer.
—¿Ogro, estás ahí? —preguntó Hada con algo de prisa.
—Sí, maja, aquí estoy… ¿Dónde voy a estar? A sus órdenes, señora sargenta. ¿Qué debo hacer ahora? ¿Sopa? ¿Flan? ¿Otro pollo? ¿Un conejo? ¿La cena para Navidad? ¿Comida para el resto de mi vida? —Ogro alucinaba. Se había puesto rojo, rojo… y nervioso y pensaba que aquel lío no podía salirle bien.
—Venga, Ogro, no es para tanto —respondió Hada pacientemente y con un tonillo burlón, pues en el fondo sabía que Ogro era un buen chico y que, al fin, aprendería a cocinar.
—¿No es para tanto? ¿Pero tú tienes idea de lo que he trabajado esta mañana con la dichosa comida? —decía Ogro casi enfadado—. Estoy pensando en volver a los fiambres, a las nueces, al pan seco y a los yogures.
—Bueno, allá tú —dijo Hada  con indiferencia—. Pero avisa, porque es la última vez que me tomo una sola molestia contigo. Y además, te pondrás enfermo si no comes como es debido. Allá tú. Tu salud es cosa tuya, no mía.
—Bueno…. que vale, que lo que tú digas —contestó Ogro resignado a seguir entre ollas y platos y pollos y a saber cuántas más ocurrencias de su amiga.
Hada, es decir, Telma, le explicó cómo debía hacer un caldo para sopa, así que su cabeza daba vueltas y vueltas y le sonaba como un pandero viejo. Pero estaba decidido a demostrar a su amiga que para nada era un inútil, y todo lo que ella era capaz de hacer, también era capaz de hacerlo él. ¡Faltaría más!
Ogro miró el horno. El pollo seguía dando vueltas… su cabeza seguía dando vueltas… Abrió el horno con mucho cuidado de no quemarse y, con un cucharón roció el pollo con el jugo… Olía tan bien que se le hizo la boca agua.
De repente, se sintió muy feliz.
—Hummmm, ¡qué rico, qué rico! —pensó—. Pues no es para tanto, no es tan difícil. “Es ponerse”, como decía Ogra, su mamá, y es mejor que comer pan seco y nueces. ¡Ya lo creo que es mejor!
—Ahora prepararé la ensalada —y Ogro se puso a ello con buen ánimo.

HADA LLEGA, POR FIN. OGRO ESTABA SALVADO, O ESO CREÍA ÉL
A Ogro no le dio tiempo de hacer el caldo para la sopa. Había terminado la ensalada cuando Hada llamó a la puerta. Ogro fue abrir y ella le entregó un hermoso ramo de rosas.
—¡Rosas! —exclamó Ogro entusiasmado al ver el gran ramo de rosas blancas que Hada llevaba.
—Claro, amigo. Son para ti —contestó Hada con aire feliz.
—Muchas gracias, Hada —agradeció Ogro sinceramente, pues adoraba las rosas blancas—. Estás muy guapa, Hada. Tu pelo está precioso —observó Ogro con toda sinceridad.
—Pues no veas el trabajo que me ha dado. Lo tenía enredadísimo de esta noche. ¡Una de tiempo le llevó desenredarlo a la peluquera! Tuvo que ponerme varias veces champú, y luego un suavizante. Estaban rebelde esta vez —comentaba Hada con toda naturalidad.
—¿Has tenido mucho trabajo esta noche, entonces? —se interesó Ogro.
—Uffffffff, no veas —contestó Hada—. Mucho. De hecho estoy agotada. Por eso te agradezco la invitación a comer porque por la tarde tengo que ir a trabajar a la carpintería.
—Lo entiendo, Hada. Es difícil hacer dormir a los niños cuando despiertan con pesadillas.
Además, Hada, es decir, Telma, trabajaba en un taller de carpintería donde hacían  muebles —de algo hay que vivir—, porque lo de las pesadillas era algo así como una ONG a la que Telma, es decir, Hada, llamaba HSF (Hadas sin Fronteras) porque Hada era muy especial y le gustaba  mucho poner siglas a todo. Lo de las hadas era un juego suyo y le venía muy bien cuando los niños eran muy pequeños.
—Sí, así es —respondió Hada disimulando un bostezo con la mano, pues aún tenía mucho sueño—, pero una también se cansa. ¡Tengo unas ganas de que lleguen las vacaciones…! En fin —remató—, hoy vamos a comer de maravilla, y charlaremos de nuestras cosas, y ya otro día te enseño a  hacer flan, ¿de acuerdo?
—Claro —contestó Ogro que, en el fondo, estaba encantado de librarse de cocinar más aquel día… y en muchos días, porque estaba dispuesto a comer pollo hasta hartarse de cocinar pollo y de cenar sopa hasta que le saliera por las orejas, si conseguía aprender. A él no lo pillaban así como así en otra igual. Pollo y sopa, sopa y pollo hasta el fin de los días.
—Y no te preocupes, Ogro, tengo un plan estupendo para que vayas  aprendiendo a cocinar hasta que seas capaz de prepararte distintos tipos de comida y que no te aburra comer siempre lo mismo.
—¡¡¡Glubbbb!!! —y Ogro casi se atragantó. Con Hada no  había manera…
—¡Pero si no me aburro, Hada! Tampoco es tan malo comer sopa y pollo siempre. Y eso ya lo sé cocinar.
Pero Hada parecía no escucharlo.
—Te lo explicaré luego, desde de que acabemos de comer —siguió Hada, sin reparar en la incomodidad de Ogro—. Cada día una cosa. Otro día vuelves al mercado, compras unas sardinas….
Ogro no oyó nada más… sus orejas cantaban, sus ojos daban vueltas y vueltas… los dedos se le enredaron unos en otros, el pelo se le puso de punta… Veía volar al pollo, el suelo estaba lleno de sardinas… Un horror.
Pero esto lo pensó, sólo lo pensó. Sabía que Hada iba a conseguir que aprendiera a cocinar. Si Hada se empeñaba, era cosa hecha.
—¡Qué rica está la comida, Ogro! —decía Hada, es decir, Telma, mientras masticaba despacito el pollo y la ensalada— ¡Está buenísimo, lo has conseguido!
Ogro, es decir, Bartolo, le dio las gracias por alabarle la comida, es decir, el pollo y la ensalada. Y ese día, aquel mismo día, después de tanto trabajo para cocinar, de hacer la compra, de volverse medio loco, seguro, ¡SEGURO!, que iba a ser él también quién tuviera que fregar los platos, y él solito ¡SEGURO! Lo veía venir.
—Yo tengo un poco de prisa, amigo. Aún he de planchar y limpiar los cristales, además tengo que terminar el acta de la última reunión de las auxiliares de psicólogos, ya sabes HSF, porque enseguida tendremos un congreso. Y el trabajo es el trabajo y hay que hacerlo.
Ogro estaba pensativo, aquello le parecía injusto. Casi mejor volver a los yogures… Pero Hada, es decir, Telma, seguía hablando… hablando… hablando...
— Ahora tú recoges todo, amigo, friegas los cacharros y pones las rosas en un florero, que estás de vacaciones y te sobra tiempo.
Hada terminó de comer y se limpió los labios con la servilleta.
—Claro, Hada, me sobra tiempo. Por supuesto que me sobra tiempo. Me sobra tiempo para cocinar, para fregar… También me sobraría tiempo para dormir un poco, si me dejases, claro. ¿Algo más que mandar? —respondió Ogro casi con un gruñido.
Pero Hada ya se había levantado y se lavaba las manos en el cuarto de baño, así que no oyó su protesta. Ogro protestaba porque sabía que Hada no lo oía.
Mejor no decir más nada, mejor callarse, por si acaso. ¡Qué día tan agotador! Pero en el fondo se sintió feliz, por dos cosas: porque tenía una amiga estupenda que se preocupaba por su salud y, porque, mal que bien, y poco a poco, aprendía a cocinar y eso era también estupendo. Estaba contento, se sentía como cuando él había terminado de pintar una casa (porque Bartolo era pintor, no lo olvidéis) y miraba lo hermosa que había quedado. Un trabajo bien hecho es siempre una alegría y una satisfacción para quien lo hace.
Bartolo, que estaba harto de monsergas y de cocinar, cuando Hada se marchó, se fue al sofá, se enroscó en su manta y decidió que el mejor final de la jornada era ponerse a roncar sin testigos y dormir una siesta laaaaargaaaaaaaaaaa, bien merecida. No recordaba tampoco que había dejado las rosas sin agua… Sólo quería dormir tranquilo.
Así fue, durmió toda la tarde. Al despertar, se acordó de todos los cacharros que había en el fregadero… sin fregar. Ya podéis suponer lo que tuvo que hacer. Primero espantó todas las moscas que había encima de los platos y que se estaban dando el gran banquete. Luego los fregó y los recogió. Después puso las rosas en un jarrón con agua. Habían aguantado bien, no estaban marchitas, y a las moscas parecía que las rosas no les gustaban.
—¡Ahhhhhhhh!
Una abeja salió de entre los pétalos y se posó en su mano. A las moscas no les gustan las rosas, pero a las abejas, sí. Menos mal que sólo se posó y salió pitando por la ventana.
FIN

Dentro de poco, colgaré el segundo cuento.
Se titula: Ogro aprende a poner un botón.
Y falta otro, para más adelante: Ogro aprende a hacer la compra.
Cuando se terminen estos tres, habrá otros tres: Ogro y Hada se van a India de cooperantes.