Abeja

Controles de la abeja

miércoles, 13 de junio de 2012

CONTINUACIÓN

OGRO SE VA A CHATEAR Y SE OLVIDA DE LA COMIDA
Y se fue feliz y como una perdiz a contar a sus amigos del chat lo listísimo que era, lo bien que cocinaba, qué pollo tan rico estaba haciendo él solito. Pero cuando más entusiasmado estaba con la trola que estaba contando, sonó el teléfono. Y era Hada otra vez.
—Hola, Ogro —saludó Hada al otro lado.
—Hola, Hada, —contestó Ogro.
—¿Ya está adobado el pollo?
—Claro, Hada. —respondió Ogro sin dejar de mirar a la pantalla de su ordenador—. Es fácil. No es para tanto adobar un pollo —siguió diciendo Ogro, es decir, Bartolo, como si en toda su vida no hubiese hecho otra cosa y para demostrar a su amiga que no era nada tonto y que era muy mañoso.
—Muy bien —contestó Hada con cierta indiferencia—, pues ahora pones el horno a doscientos grados y, mientras se calienta, coges un limón y lo metes dentro del pollo. Lo atas bien con bramante, bien apretado. Atas el pollo con el limón dentro, ¿entiendes?
—Claro que entiendo —repuso Ogro que no entendía ni jota de lo que Hada le decía— Pero, ¿por dónde le meto el limón al pollo?
Ogro, es decir, Bartlo, recordaba que el pollo no tenía cabeza, así que imposible metérselo por la boca.
—Pues chico, ¿a ti qué te parece? Algún sitio tendrá el pollo para meterle el limón, digo yo.
—Dices tú, claro. Tú lo dices todo menos por dónde le meto el limón al pollo. ¿Me lo claras, por favor?
—Mira, tú coges el pollo y por dónde veas un agujero le metes el limón al pollo, ¿de acuerdo?
Ahora sí que Ogro había dejado de chatear. Miraba la pantalla como alucinado, esperando algún milagro, algo que lo inspirase. Le pareció injusto que su amiga le exigiese conocer la anatomía de los pollos, él no era biólogo, era albañil, sabía mucho de pintura, de colores, de combinar colores… De pollos, ni idea.
—Bueno, Hada. Ya encontraré algún sitio para meter el limón al pollo, tranquila.
—Bien, después lo clavas con el asador, el pollo, entérate bien —continuó Hada—, el pollo es lo que tienes que clavar con el asador.  Luego lo metes en el horno.
—Espera, espera, Hada, eso ya es cosa tuya. No me líes —decía Ogro casi dando voces.
Hada esperó el tiempo justo de contar hasta diez para no enfadarse, buscó su tono más suave pero también más firme, y contestó:
—Yo tengo que ir a la peluquería y hacerme la manicura así que, coges ese pollo y haces lo que te digo. Y no olvides echarle por encima un buen chorro de vino blanco y colocar debajo del pollo una bandeja para recoger el jugo que vaya soltando. Y mientras el pollo se va dorando, lo riegas con ese jugo cada poco, para que no se reseque y esté jugoso.
—De acuerdo, Hada. Haré lo que me dices —contestó Ogro con la cabeza hecha un galimatías y completamente aturullado porque, entre otras cosas, se puso a chatear de nuevo y no podía atender bien a lo que Hada le decía.
—Hala, a trabajar —continuó Hada sin sospechar los apuros que estaba pasando su amigo—. Yo iré enseguida.
Ogro sólo oyó “yo iré enseguida”. En aquel momento pensó que, ya que Hada, es decir, Telma, iría enseguida, él bien podía esperar a que llegase. Ya asaría ella el pollo. Y siguió chateando como si nada.
A los cinco minutos, volvió a sonar el teléfono. Era Hada. ¡Otra vez!
—¿Ya has metido el pollo en el horno? Enseguida estoy ahí. Hasta  luego, Ogro —dijo Hada. Y colgó antes de que Ogro replicase.
Entonces, Ogro, no tuvo más remedio que hacer lo que Hada le había ordenado y se despidió de sus amigos del chat, apagó el ordenador y se fue a la cocina. Buscó un ovillo de bramante en el cajón y un limón en el frutero y se dispuso a hacer lo que su amiga le había mandado.
Ahora no recordaba si lo que tenía que atar era el limón para meterlo en el pollo, o el pollo para meterlo en el horno, y no sabía qué había dicho Hada, es decir, Telma, de vino blanco. Con la cabeza hecha un caos, sacó la cazuela de la nevera y se quedó mirando al pollo sin saber qué hacer con él.
—¿Y si le pregunto al pollo? Los pollos deberían hablar, aunque éste ya lo tiene dificil, además de ser un pollo, no tiene cabeza. Por lo menos traer instrucciones para saber qué hacer con ellos cuando se asan, pero éste no trae nada. Y si vuelvo a llamar a Hada para que me lo explique de nuevo, me desoreja, eso seguro.
Entonces Ogro decidió emplear su “lógica”. Lo lógico era que, como el limón era más pequeño, sería el limón lo que iba dentro del pollo. ¿Entero? No recordaba que su amiga hubiese hablado de partir el limón en trocitos… Entonces recordó la discusión del agujero por el que debía meter el limón dentro del pollo y empezó a darle vueltas en la cazuela. Y lo vio, claro.
—¡Ah! Claro. Por el culo. Hay que meter el limón por el culo del pollo. Y entero, porque cabe entero. ¡Ja, qué listísimo soy!
Ogro lavó el limón y lo metió enterito en el pollo al que, por supuesto, el carnicero ya había limpiado de tripas y demás.

LA LÓGICA DE OGRO NO SIRVE PARA ATAR EL POLLO CON BRAMANTE
Atarlo fue una  hazaña. Se le escurría el bramante, no sabía hacer un nudo, se desataba. Al final, el pollo tenía enroscado medio kilo de hilo de bramante sin orden ni concierto. Y, para rematar, se le acabó el bramante.
Ogro recordó que debía ponerle vino blanco por encima al pollo y fue a buscar una botella. Le quitó el tapón, de corcho, por supuesto, y bañó, bien bañado, el pollo y el bramante, con el vino.
Metió el pollo en el horno, clavado en el asador, y se quedó pasmado. El  pollo giraba dentro del horno. Y giraba solito, él no había hecho nada. Giraba despacito. Y él no había hecho nada, eso podía jurarlo. Parecía magia. Pero Ogro no era tonto, y sabía perfectamente que si el pollo giraba dentro del horno era porque el horno tenía un mecanismo que hacía girar al pollo. De magia, nada. Era un simple artilugio que funcionaba así.
Enseguida empezó a caer jugo en la bandeja que había puesto debajo y, ahora sí entendió lo de rociar al pollo de vez en cuando con aquella salsita…
De pronto Ogro se acordó… ¿y la sopa? Menos mal que Hada no pensó en la sopa, sino se veía cocinando también la sopa, y el flan y toda la comida del mundo mundial él solito y todo en un día. ¡Qué barbaridad!
Sonó el teléfono de nuevo.

¿HADA, ES DECIR, TELMA, LE ESTARÍA TOMANDO EL PELO?
—Hola, Ogro. Soy Hada otra vez. Oye, que me voy a retrasar un poco. Como no vamos a tomar sopa en la comida, porque es suficiente el pollo y una ensalada, vas preparando un caldo para la cena y un flan para postre.
—¡¡¡Jolipas, jolipas, jolipas…!!! —pensó Ogro. Sólo lo pensó.
—Lo que faltaba. Ahora la sopa. No, si ya decía yo… Y el flan —esto sólo lo pensaba, porque al otro lado del teléfono estaba su amiga y protestar era lo peor que podía hacer.
—¿Ogro, estás ahí? —preguntó Hada con algo de prisa.
—Sí, maja, aquí estoy… ¿Dónde voy a estar? A sus órdenes, señora sargenta. ¿Qué debo hacer ahora? ¿Sopa? ¿Flan? ¿Otro pollo? ¿Un conejo? ¿La cena para Navidad? ¿Comida para el resto de mi vida? —Ogro alucinaba. Se había puesto rojo, rojo… y nervioso y pensaba que aquel lío no podía salirle bien.
—Venga, Ogro, no es para tanto —respondió Hada pacientemente y con un tonillo burlón, pues en el fondo sabía que Ogro era un buen chico y que, al fin, aprendería a cocinar.
—¿No es para tanto? ¿Pero tú tienes idea de lo que he trabajado esta mañana con la dichosa comida? —decía Ogro casi enfadado—. Estoy pensando en volver a los fiambres, a las nueces, al pan seco y a los yogures.
—Bueno, allá tú —dijo Hada  con indiferencia—. Pero avisa, porque es la última vez que me tomo una sola molestia contigo. Y además, te pondrás enfermo si no comes como es debido. Allá tú. Tu salud es cosa tuya, no mía.
—Bueno…. que vale, que lo que tú digas —contestó Ogro resignado a seguir entre ollas y platos y pollos y a saber cuántas más ocurrencias de su amiga.
Hada, es decir, Telma, le explicó cómo debía hacer un caldo para sopa, así que su cabeza daba vueltas y vueltas y le sonaba como un pandero viejo. Pero estaba decidido a demostrar a su amiga que para nada era un inútil, y todo lo que ella era capaz de hacer, también era capaz de hacerlo él. ¡Faltaría más!
Ogro miró el horno. El pollo seguía dando vueltas… su cabeza seguía dando vueltas… Abrió el horno con mucho cuidado de no quemarse y, con un cucharón roció el pollo con el jugo… Olía tan bien que se le hizo la boca agua.
De repente, se sintió muy feliz.
—Hummmm, ¡qué rico, qué rico! —pensó—. Pues no es para tanto, no es tan difícil. “Es ponerse”, como decía Ogra, su mamá, y es mejor que comer pan seco y nueces. ¡Ya lo creo que es mejor!
—Ahora prepararé la ensalada —y Ogro se puso a ello con buen ánimo.

HADA LLEGA, POR FIN. OGRO ESTABA SALVADO, O ESO CREÍA ÉL
A Ogro no le dio tiempo de hacer el caldo para la sopa. Había terminado la ensalada cuando Hada llamó a la puerta. Ogro fue abrir y ella le entregó un hermoso ramo de rosas.
—¡Rosas! —exclamó Ogro entusiasmado al ver el gran ramo de rosas blancas que Hada llevaba.
—Claro, amigo. Son para ti —contestó Hada con aire feliz.
—Muchas gracias, Hada —agradeció Ogro sinceramente, pues adoraba las rosas blancas—. Estás muy guapa, Hada. Tu pelo está precioso —observó Ogro con toda sinceridad.
—Pues no veas el trabajo que me ha dado. Lo tenía enredadísimo de esta noche. ¡Una de tiempo le llevó desenredarlo a la peluquera! Tuvo que ponerme varias veces champú, y luego un suavizante. Estaban rebelde esta vez —comentaba Hada con toda naturalidad.
—¿Has tenido mucho trabajo esta noche, entonces? —se interesó Ogro.
—Uffffffff, no veas —contestó Hada—. Mucho. De hecho estoy agotada. Por eso te agradezco la invitación a comer porque por la tarde tengo que ir a trabajar a la carpintería.
—Lo entiendo, Hada. Es difícil hacer dormir a los niños cuando despiertan con pesadillas.
Además, Hada, es decir, Telma, trabajaba en un taller de carpintería donde hacían  muebles —de algo hay que vivir—, porque lo de las pesadillas era algo así como una ONG a la que Telma, es decir, Hada, llamaba HSF (Hadas sin Fronteras) porque Hada era muy especial y le gustaba  mucho poner siglas a todo. Lo de las hadas era un juego suyo y le venía muy bien cuando los niños eran muy pequeños.
—Sí, así es —respondió Hada disimulando un bostezo con la mano, pues aún tenía mucho sueño—, pero una también se cansa. ¡Tengo unas ganas de que lleguen las vacaciones…! En fin —remató—, hoy vamos a comer de maravilla, y charlaremos de nuestras cosas, y ya otro día te enseño a  hacer flan, ¿de acuerdo?
—Claro —contestó Ogro que, en el fondo, estaba encantado de librarse de cocinar más aquel día… y en muchos días, porque estaba dispuesto a comer pollo hasta hartarse de cocinar pollo y de cenar sopa hasta que le saliera por las orejas, si conseguía aprender. A él no lo pillaban así como así en otra igual. Pollo y sopa, sopa y pollo hasta el fin de los días.
—Y no te preocupes, Ogro, tengo un plan estupendo para que vayas  aprendiendo a cocinar hasta que seas capaz de prepararte distintos tipos de comida y que no te aburra comer siempre lo mismo.
—¡¡¡Glubbbb!!! —y Ogro casi se atragantó. Con Hada no  había manera…
—¡Pero si no me aburro, Hada! Tampoco es tan malo comer sopa y pollo siempre. Y eso ya lo sé cocinar.
Pero Hada parecía no escucharlo.
—Te lo explicaré luego, desde de que acabemos de comer —siguió Hada, sin reparar en la incomodidad de Ogro—. Cada día una cosa. Otro día vuelves al mercado, compras unas sardinas….
Ogro no oyó nada más… sus orejas cantaban, sus ojos daban vueltas y vueltas… los dedos se le enredaron unos en otros, el pelo se le puso de punta… Veía volar al pollo, el suelo estaba lleno de sardinas… Un horror.
Pero esto lo pensó, sólo lo pensó. Sabía que Hada iba a conseguir que aprendiera a cocinar. Si Hada se empeñaba, era cosa hecha.
—¡Qué rica está la comida, Ogro! —decía Hada, es decir, Telma, mientras masticaba despacito el pollo y la ensalada— ¡Está buenísimo, lo has conseguido!
Ogro, es decir, Bartolo, le dio las gracias por alabarle la comida, es decir, el pollo y la ensalada. Y ese día, aquel mismo día, después de tanto trabajo para cocinar, de hacer la compra, de volverse medio loco, seguro, ¡SEGURO!, que iba a ser él también quién tuviera que fregar los platos, y él solito ¡SEGURO! Lo veía venir.
—Yo tengo un poco de prisa, amigo. Aún he de planchar y limpiar los cristales, además tengo que terminar el acta de la última reunión de las auxiliares de psicólogos, ya sabes HSF, porque enseguida tendremos un congreso. Y el trabajo es el trabajo y hay que hacerlo.
Ogro estaba pensativo, aquello le parecía injusto. Casi mejor volver a los yogures… Pero Hada, es decir, Telma, seguía hablando… hablando… hablando...
— Ahora tú recoges todo, amigo, friegas los cacharros y pones las rosas en un florero, que estás de vacaciones y te sobra tiempo.
Hada terminó de comer y se limpió los labios con la servilleta.
—Claro, Hada, me sobra tiempo. Por supuesto que me sobra tiempo. Me sobra tiempo para cocinar, para fregar… También me sobraría tiempo para dormir un poco, si me dejases, claro. ¿Algo más que mandar? —respondió Ogro casi con un gruñido.
Pero Hada ya se había levantado y se lavaba las manos en el cuarto de baño, así que no oyó su protesta. Ogro protestaba porque sabía que Hada no lo oía.
Mejor no decir más nada, mejor callarse, por si acaso. ¡Qué día tan agotador! Pero en el fondo se sintió feliz, por dos cosas: porque tenía una amiga estupenda que se preocupaba por su salud y, porque, mal que bien, y poco a poco, aprendía a cocinar y eso era también estupendo. Estaba contento, se sentía como cuando él había terminado de pintar una casa (porque Bartolo era pintor, no lo olvidéis) y miraba lo hermosa que había quedado. Un trabajo bien hecho es siempre una alegría y una satisfacción para quien lo hace.
Bartolo, que estaba harto de monsergas y de cocinar, cuando Hada se marchó, se fue al sofá, se enroscó en su manta y decidió que el mejor final de la jornada era ponerse a roncar sin testigos y dormir una siesta laaaaargaaaaaaaaaaa, bien merecida. No recordaba tampoco que había dejado las rosas sin agua… Sólo quería dormir tranquilo.
Así fue, durmió toda la tarde. Al despertar, se acordó de todos los cacharros que había en el fregadero… sin fregar. Ya podéis suponer lo que tuvo que hacer. Primero espantó todas las moscas que había encima de los platos y que se estaban dando el gran banquete. Luego los fregó y los recogió. Después puso las rosas en un jarrón con agua. Habían aguantado bien, no estaban marchitas, y a las moscas parecía que las rosas no les gustaban.
—¡Ahhhhhhhh!
Una abeja salió de entre los pétalos y se posó en su mano. A las moscas no les gustan las rosas, pero a las abejas, sí. Menos mal que sólo se posó y salió pitando por la ventana.
FIN

Dentro de poco, colgaré el segundo cuento.
Se titula: Ogro aprende a poner un botón.
Y falta otro, para más adelante: Ogro aprende a hacer la compra.
Cuando se terminen estos tres, habrá otros tres: Ogro y Hada se van a India de cooperantes.



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