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miércoles, 11 de julio de 2012

II TRILOGÍA
BARTOLO Y TELMA SE MARCHAN A INDIA DE   COOPERANTES
Primer cuento:

BARTOLO Y TELMA EMPRENDEN VIAJE A LA INDIA

Por supuesto que Ogro, es decir, Bartolo, aceptó la invitación de Hada, es decir, Telma, de ir con ella a India. Como Ogro era pintor, sería allí muy útil y, además, le haría compañía en el viaje. Los preparativos fueron bastante liosos, pero como Hada estaba acostumbrada, ayudó a su amigo y un buen día se fueron a Barajas para tomar un avión a India.

aeropuerto de Barajas
Aeropuerto de Barajas. Todoturismo
No hay nada fácil en un viaje a un país lejano, y tampoco lo es arrastrar una maleta pesadísima, de color rosa fosforito, por toda la TS4 de Barajas. La maleta con una mano, y con la otra mano una bolsa de lona verde-verde, muy abultada y muy pesada, además del bolso puesto de hombro a cadera con toda la documentación y el dinero. Y es que Ogro, es decir, Bartolo, se llevaba muchísimas cosas. Antes de marchar había encomendado a su amiga muy amiga, Rosa, que cuidara de Lío, y ella aceptó encantada  y dijo que lo cuidaría como propio, y además regaría las plantas y retiraría la publicidad del buzón.
—Pero, hombre —decía Hada mientras arrastraba su pequeña maleta con toda facilidad— te has pasado siete pueblos ¿para qué llevas tantas cosas?
—¿Y si las necesito? Además llevo libros para leer y algo de comida, Hada. Por si acaso.
¿Comida? ¿Libros?
Hada estaba francamente pasmada.
—Comida para comer y libros para leer, se entiende, ¿no?
—Claro, ya sé que los libros se leen y la comida se come, pero ¿qué comida? Y en cuanto a los libros, no tendrás tiempo, Ogro —contestó Hada con paciencia infinita— ya te dije que vamos a tener mucho trabajo y el tiempo que te sobre te va a hacer falta para descansar.
—Bueno, por si acaso —replicó Ogro tercamente.
—¿Pero qué comida llevas? En el avión nos darán de comer.
—Llevo un jamón pequeño en esta bolsa y algunos chorizos.
—¿Qué dices? No te los dejarán pasar.
—Claro que sí. Ya verás como sí me dejan. ¿Qué puede pesarle tan poca cosa a un avión tan grande?
—Que no es por el peso, Ogro.
—Pues mejor me lo pones. Si no es por el peso, ¿cuál es el problema?
—Que no se puede llevar eso en un viaje internacional.
—Ya verás como sí se puede.
—Como quieras —contestó su amiga un poco  harta de discutir.
— Y también llevo lo necesario, claro —remató Ogro.
—Ya te dije qué es lo necesario, amigo —contestó Hada—, las vacunas que nos hemos puesto, ropa holgada y de algodón, un sombrero, repelente de mosquitos y buen calzado que transpire y no te apriete. Y los medicamentos recomendados. Vamos en época de monzones, hará calor y mucha humedad.
—De eso ya llevo, Hada —respondió Ogro con la voz fatigadísima de tirar por semejante maleta y la bolsa y todo lo demás—. Pero también llevo, y por si las necesito, más cosas.
—¿Más cosas? —replicó Hada— por el bulto de esa maleta parece que te llevas en ella hasta el televisor. Un jamón, chorizos, el televisor… ¿llevas eso?
—No, la tele no la llevo. Ya habrá teles en India.
—Menos mal, es todo un consuelo saber que has dejado la tele en casa.
—Tú, calla —dijo Ogro muy convencido—, ya verás si necesitas algo y me lo pides lo bien que te va a venir. Y el jamoncito… Aunque —continuó—, pensándolo bien… tú, con tu varita mágica, tienes todo resuelto, así cualquiera.
Y Ogro se reía a carcajadas porque sabía que la varita mágica de Hada, es decir, deTelma, era de plástico amarillo y no servía para nada.
—Pareces bobo. La varita es de plástico. De mis problemas y de los malos sueños de los niños tengo que encargarme yo solita, me lo tengo que currar como cualquiera. Soy una hada de mentira, no lo olvides.
—Bueno —dijo Ogro— pues cuando tengamos pesadillas con los mosquitos, las chinches y demás bichos, ya sabes, usas tu varita y solucionado.
—¿Otra vez? ¡Qué pesadito te pones, Ogro! Si tienes pesadillas, bebes un vaso de agua; si te pican los mosquitos, pones repelente; las chinches las puedes espachurrar con un zapato y el resto de los bichos, ya veremos, porque como sean vacas…
—Pues qué bien —dijo Ogro resignado—. Eso quiere decir que si me comen los mosquitos, si no dejan de mí ni un hueso, si me pican terriblemente, si me sacan los ojos, si me producen ronchas como cebollas… a ti no te importará, ¿no?
—Venga, no seas dramático, amigo —y Hada se reía— para eso está el repelente, ya lo sabes.
– Vale, vale —contestó su amigo—, anda, dejémoslo y vamos a facturar las maletas.
Facturaron las maletas y se pusieron a la cola para embarcar. Hada con un bolso pequeño y Ogro con su bolsa de lona verde-verde, y su bolso cruzado al pecho.
Al llegar su turno, Hada puso en una bandeja sus cosas, pasó por el escáner y esperó del otro lado a que Ogro pasara también. Ogro puso su bolsa verde-verde en una bandeja en la que apenas cabía, su reloj y su cinturón, y se dispuso a pasar el control de  metales pero éste empezó a pitar como un loco. Ogro, desorientado, dio un paso atrás y volvió a intentarlo pero el chivato pitaba como un loco de nuevo. Entonces le mandaron pasar y lo cachearon a fondo.

OGRO NO CONSIGUE PASAR SU NAVAJA NI SU COMIDA
—¿Qué lleva usted en los bolsillos del pantalón? —preguntó el policía acercándose a Ogro, es decir, a Bartolo.
—Llevo mi tirachinas, un par de clavos por si acaso, y mi navaja para cortar jamón –contestó Ogro con toda sinceridad.
—Pues debo requisar todo eso, no se puede pasar con armas blancas ni con nada metálico.
—Pero es que mi navaja no es arma ni blanca ni nada; es una navaja para cortar el jamón que llevo en esta bolsa —dijo señalando su bolsa verde-verde.
—Me temo —siguió diciendo— que en India los cuchillos no corten muy bien. Es que me voy a India con mi amiga Hada. Me voy de cooperante, ¿sabe usted? Y los clavos son por si hay que clavar algo allí.
Pero el policía ignoró su aclaración porque al policía le importaba un rábano adónde iba aquel personaje con una navaja y un tirachinas y un par de clavos en el bolsillo del pantalón, su deber era hacer cumplir las reglas y ya está.
—Deje ahí su navaja, por favor; y su tirachinas y los clavos, o retírese de la zona de embarque porque no puede pasar con esas cosas.
Hada, mientras tanto, alucinaba en colores. No sabía qué hacer. No era cosa de ponerse a discutir con Ogro, pero tampoco podía marcharse sin él, así que empezó a hacerle señas para que depositase todo dónde le mandaban y entrara de una vez.
Ogro obedeció a regañadientes, pero se dio cuenta de que allí no valía ser un cabezota y que, o dejaba todo allí, o no pasaba, así que dio al policía su navaja y su tirachinas y sus clavos y se dispuso a recoger su bolsa de lona verde-verde que ya había pasado por el escáner.
—Por favor —pidió una policía con guantes blancos—, abra su bolsa.
—¿Para qué?
Ogro se extrañaba de verdad. ¿Qué podía importar lo que llevaba en la bolsa si no eran armas blancas ni tirachinas ni clavos? Ya le habían quitado su navaja y su tirachinas y sus clavos, no le quedaba nada más.
—Para ver qué hay en ella —contestó la policía muy seria.
Ogro abrió de mala gana su bolsa de lona verde-verde y, claro, quedó al descubierto su jamoncito y sus chorizos.
—No puede embarcar con alimentos. Lo siento.
La policía esperaba pacientemente mientras todo el mundo parecía reírse con disimulo viendo el jamón y los chorizos de Ogro. Pero Ogro no se inmutó, pensaba que ninguno de aquellos viajeros tan finolis había probado jamás un jamón tan rico ni unos chorizos tan buenos. De los que compraba su mamá, nada menos, que era una experta en eso, y se los había regalado para el viaje.
Pero como él sabía que no había nada qué hacer, con gran dolor y pesadumbre, dejó sobre una bandeja su jamón y sus chorizos (que la policía depositó en un contenedor dentro de una bolsa de plástico) y recogió su bolsa verde-verde aliviada ya de su enorme peso. Hada no le dijo ni una palabra, pues no era momento de decir nada, y menos viendo la cara de consternación que llevaba su amigo.
—Que conste —dijo Ogro con un hilo de voz— que pensaba repartir mi jamón y mis chorizos contigo y con los niños de India.
—Ya lo sé, Ogro, no me cabe la menor duda —contestó Hada conmovida—, conozco tu buen corazón, pero hay reglas para viajar, ya te lo había explicado.
—Sí, tienes razón Hada, pero ya sabes… Es que, chica, hay reglas para todo —protestó Ogro contrariado por lo que acababa de pasarle.
—Anda, olvídalo y vamos a la cola que ya nos llaman para embarcar.
—¿Qué dices, Hada?
—Digo que nos llaman para embarcar.
—Pero a ver si me aclaro, ¿vamos en barco o en avión? También el policía me dijo que me retirase de la zona de embarque pero no pregunté por si lo molestaba.
—Es que se dice así, amigo, también en los aviones: embarcar.
—¡Ahhhhhhhhh! Vale. De acuerdo, Hada, vamos —afirmó Ogro que estaba otra vez contento e ilusionado con viajar en avión, algo que nunca había hecho.

OGRO NO  HABÍA SUBIDO NUNCA A UN AVIÓN

Continuará...

2 comentarios:

  1. Muy bueno lo del jamón y los chorizos. Y lo de la navaja...muy nuestro. los paisanos en Asturias siempre llevan la navaja.

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    1. A ver si va a resultar que nuestros amigos son asturianos... No me dés ideas.

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