Abeja

Controles de la abeja

viernes, 26 de octubre de 2012




BARTOLO Y TELMA REGRESAN DE INDIA
Y así fue como, al día siguiente, tempranísimo, Ogro, es decir, Bartolo, se  despidió del dichoso mosquitero, rascó por última vez sus ronchas, dijo adiós al bisbiseo de los odiosos mosquitos y él y Hada, es decir, Telma, se fueron a Delhi en la furgoneta de los cooperantes que debía dejarles en el aeropuerto. Otro penosísimo viaje por carretera, compartida con camellos, carromatos, bicicletas, camiones destartalados que renqueaban trabajosamente y, sobre todo, elefantes guiados por su cornac —que llevaban turistas hacia Jaisalmer, la ciudad de arena, y al desierto de Thar—, y cuyas gualdrapas brillaban al sol del amanecer.
Los animales no viajaban precisamente por la orilla, ni hablar, ocupaban toda la carretera, así que los coches hacían uso continuamente de su bocina para que se apartaran, algo que hacían de forma lentísima y solamente a medias, para volver al mismo sitio inmediatamente. El viaje era un caos, pero ni Ogro ni Hada podían negar que resultaba muy pintoresco, por lo que se pusieron a hacer fotos a través de la ventanilla y a contestar a los saludos de toda aquella turba multicolor.
 Como su avión no salía hasta la noche, tuvieron tiempo de visitar la ciudad, sobre todo la parte vieja que era la que más les interesaba. Recorriendo las calles, una de las cosas que más llamó la atención a Ogro fue el hecho de que una mujer con un sari amarillo salió de su casa, cogió por la cornamenta a una vaca sagrada y le dio de comer en la puerta. Un momento después entró de nuevo en la casa y enseguida salió con una vasija y se puso a ordeñarla. La vaca comía plácidamente mientras la mujer la ordeñaba hablándole cariñosamente.
—¿Curioso, verdad, Ogro? —dijo Hada viendo a Ogro mirar la escena con gran interés.
—Mucho, Hada, ya lo creo —contestó Ogro observando sin disimulo a la mujer y a la vaca que parecían estar felices juntas.
—Aquí las vacas son sagradas, no se las mata para carne, se mueren de viejas, pero se pueden ordeñar para tener leche para los niños —explicó Hada.
—¿Cualquiera puede coger cualquier vaca y ordeñarla? —preguntó Ogro.
—Sí, pero con la condición de que se le dé de comer. Y la vaca come antes que ningún miembro de la familia. La ordeñan y la sueltan otra vez.
—Son animales muy útiles, ¿verdad Hada?
—Sí, y entre la gente muy pobre, más. No se las mata, pero se aprovecha su leche y sus excrementos. Estos últimos para combustible, y mezclados con barro, para pavimentar las casas. Se cocina quemando boñigas de vaca secas y prensadas.
Vacas sagradas en Delhi.
—Pero olerá fatal ¿no? —preguntó Ogro sin poder contener su curiosidad—. De todos modos —continuó— en  India huele todo fatal.
—Es cuestión de costumbre, en realidad no huele peor que el carbón quemado, por ejemplo, que se usa en muchos países europeos —contestó Hada recordando el olor a azufre que desprendía el carbón que muchas veces se quemaba en su país.

FIN DEL PASEO POR DELHI
Siguieron paseando por la ciudad, entraron en alguna tienda en la que se vendía casi de todo, curiosearon, hicieron fotos y, al final, después de comer en un restaurante en el que la única mujer era Hada, se dispusieron a tomar un taxi para volver al aeropuerto.
Mientras esperaban en la acera, una niña de unos cinco años se acercó y se arrodilló a los pies de Hada besándoselos. Ogro quiso levantar a la niña, porque le pareció muy humillante lo que estaba haciendo, pero Hada se lo impidió.
—Déjala, Ogro. Es una mendiga y éste es un gesto de respeto hacia alguien a quien ella cree superior. Le daremos unas rupias y la saludamos a la manera india, eso la hará feliz. No podemos hacer más.
—Pero nadie es superior a nadie —repuso Ogro con cierto disgusto.
—Pero eso lo sabemos nosotros. Ella lo ve de otra manera, su vida es esto, la mendicidad, como tantos niños en la India y en muchos lugares del mundo —concluyó Hada.
Ogro no hizo ningún comentario más, pues se le puso un nudo en la garganta y todo le pareció injusto, pero él sabía que, personalmente, no podía  hacer nada más que darle unas rupias a la niña en aquel momento.
Así fue como la pequeña se marchó con la cara feliz por las rupias que Hada y Ogro le habían entregado, pues aquel día seguramente sería bien tratada y le darían mucha comida. Hada, para distraer el malestar de su amigo, le hizo poner su atención en unas mujeres ataviadas con  preciosos saris que llevaban una especie de mascarilla y barrían continuamente la acera con unas escobas muy blandas.
—Mira a esas mujeres, Ogro. Son jainistas.
—¿Y qué es ser jainista?
—El jainismo es una de las religiones practicadas en  India. Respetan toda forma de vida, no matan animales, ni para comerlos ni para nada, son vegetarianos, y barren el suelo para no pisar los posibles animalillos, como hormigas y otros insectos, que pueda haber en la acera.
—¡Asombroso! ¿Y por qué llevan mascarilla? —preguntó Ogro observando a las mujeres que se alejaban poco a poco barriendo la acera.
—Para que ningún insecto, mosquito o mosca, les entre en la boca y lo traguen involuntariamente —contestó su amiga.
—¡Vaya, pues sí que son cuidadosos! —exclamó Ogro admirando un respeto tan extremado hacia todo ser vivo.
http://www.viajeporindia.com TEMPLO JAINISTA, INDIA
—Pero vamos a tomar un taxi ya, amigo —dijo Hada interrumpiendo pensamientos de Ogro—, que es hora de ir al aeropuerto.
El taxi (o algo parecido) que los llevó al aeropuerto, estaba conducido por un sij, con un turbante rosa. No dijo ni una palabra en todo el camino y ellos tampoco. En realidad, Hada dormitaba en el hombro de Ogro, y éste se había preparado para escuchar el primer ronquido de su amiga. Pero no fue así, esta vez Hada no roncó en absoluto, nada más se quedó profundamente dormida y Ogro tuvo que sacudirla al llegar al aeropuerto porque estaba como un leño.
—¡Hada! ¡Hada! —llamó Ogro en voz bastante alta— ¡Venga, que ya hemos llegado, despierta!
—Vaya —respondió Hada—, me he quedado traspuesta.
—¿Traspuesta? —contestó Ogro con una sonrisa maliciosa— Mujer, traspuesta no es exacto, dormías como una marmota.
—¿De veras? —dijo Hada sin querer entrar en una discusión tonta.
—De veras, Hada, dormías como si no hubieras dormido en tu vida —contestó Ogro esperando que aquella discusión durase un ratillo pues estaba muerto de aburrimiento sin poder hablar con nadie.
—Si tú lo dices será verdad, amigo —y Hada quería dar por zanjada la cuestión.
—Es verdad, Hada —contestó Ogro animado por lo que parecía el inicio de una conversación, si bien poco interesante, al menos podría tomarle el pelo un poco a su amiga—. Y que conste —continuó— que esta vez no roncabas.
—¡Qué bien! —dijo Hada con un tono contundente que no admitía respuesta—. No he roncado, pues ya está. No he roncado y se acabó.
Y Ogro, el pobre, no dijo más nada, no era momento de charlar más de la cuenta, Hada aún parecía medio atontada por el sueño y no quería que se enfadase, así que ayudó al taxista sij a bajar las maletas y se dirigieron a la terminal.

REGISTRAN LA MALETA DE HADA
Entraron en el aeropuerto Indira Gandhi, como al llegar, y se dirigieron al mostrador de Líneas Aéreas Indias —que les llevaría esta vez hasta el aeropuerto de Orly en París—, a facturar su maleta, y como tenían que pasar por el escáner, Hada había desmontado su varita mágica para ahorrarse preguntas, pero un policía que miraba su pasaporte les preguntó en muy mal español:
—¿Tienen uztedeg algo que declagarrr?
—Nada —respondió Hada por los dos—, no llevamos nada ilegal.
Pero al pasar el escáner el policía ordenó a Hada que abriera su maleta.
—Pero si no llevo nada —dijo Hada muy firme.
—¡Ábrrrala, kripayá! —ordenó el policía muy serio.
Y Hada, naturalmente, se dispuso a abrir su maleta. Se puso muy nerviosa y no encontraba la llave, revolvió en el bolso una y otra vez y, mientras tanto, el policía se impacientaba, algo bastante inusual en un policía indio, pero aquél se impacientaba.
—Le guego que abrrra la maleta mag rrrápido —insistió, lo cual sólo sirvió para poner más nerviosa a Hada.
Al fin apareció la llave y Hada abrió su maleta. Llegó otro policía y revolvió entre las cosas de Hada sacando una caja que guardaba una figurilla del dios Ganesha, el dios elefante de la India, con sus cuatro manos y montado en un ratón. El policía lo miró y lo remiró, le dio vueltas una y otra vez, comentó algo en hindi con su compañero, volvió a dar vueltas a la figurilla y al final se la llevó hacia una especie de cabina.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hada francamente alarmada.
—¿Ese diog no segá de marrrfil? —preguntó otro policía.
—¡Ah, no! ¡No es de marfil! —contestó Hada contundentemente— sólo es de hueso de camello.
—Bien, vegemos —respondió el policía, al tiempo que el otro salía de su cabina sonriendo amablemente.
—Muchas grrracias, señoga, shukriyá —dijo devolviendo a Hada su figurilla del dios Ghanesa—. Pueden pasag.
—Qué estrictos ¿no?
—Es lógico, amigo —explicó Hada—, el comercio del marfil está prohibido y penado con la cárcel.
—¿Y los polis creyeron que llevabas una figurilla de marfil, entonces? —preguntó Ogro contento de haber terminado aquel inconveniente.
—Evidentemente, Ogro —respondió Hada—. Yo no haría eso, además de ser ilegal, no contribuiría a la muerte de elefantes para quitarles los colmillos.
—El elefante es un animal sagrado en la India, ¿verdad, Hada? Y dicen que es el más inteligente de los seres vivos, así que es un crimen matarlos y robarles el marfil.
—Sí, Ogro, así es, y ya quedan pocos —respondió Hada a su amigo.
—Pero alguien lo hace, eso parece al menos ¿eh, Hada? —siguió diciendo Ogro como un niño obstinado, porque le encantaba aquella conversación.
—Sí, en todos lados hay gente que hace cosas malas, aquí también —contestó Hada mientras se ponían a la cola.
—En fin, menos mal que todo ha salido bien ¿verdad?
—Claro, es bastante desagradable, pero es lógico que vigilen, aunque —siguió diciendo Hada— sigue habiendo contrabando con el marfil.
Al fin los llamaron para subir al avión que los llevaría a Francia, al aeropuerto Orly de París. Empezaba a anochecer cuando despegaron e hicieron todo el vuelo de noche y sin escalas. Consiguieron dormir casi todo el tiempo porque estaban tan cansados que hubieran dormido encima de una piedra. Fueron doce horas de vuelo, interrumpidas sólo por algunas turbulencias. Aterrizaron en Orly aún de noche a causa de la diferencia horaria entre Delhi y París. Pasaron sobre las luces de la cuidad, a lo lejos se veía la Torre Eiffield iluminada, destacando sobre todo las demás.

La Torre Eiffield desde un bateau mouche, foto de Sara,
BARTOLO Y SUS DESPISTES EN EL AEROPUERTO
—¡Mira! ¡Mira, Hada!
—Es preciosa la vista, Ogro, muy bonita, pero estoy tan dolorida que apenas puedo respirar ¿Tú no estás también dolorido? —preguntó Hada viendo la agilidad de Ogro.
—No, yo no —respondió Ogro—, he dormido muy bien. Además todo lo que los mosquitos me han hecho sufrir me inmunizó contra casi todo. Qué lejos estamos ya de la India, ¿verdad Hada? —siguió diciendo con cierta melancolía…
—Muy lejos —afirmó Hada también un poco melancólica, mientras aterrizaban.
Al fin salieron del avión y fueron a recoger sus maletas, la rosa fosforito de Ogro, es decir, la de Bartolo; la de Hada, es decir, la de Telma, una maletita de lona muy discreta. Cada uno recogió la suya de la cinta sin fin, a la que iban llegando los equipajes de todos los viajeros.
Entretanto empezaba a amanecer en Orly. Esperaron hasta que vieron llegar sus maletas, primero la de Hada y un rato después la de Ogro, su maleta rosa fosforito y su bolsa de lona verde-verde que esta vez había facturado. Luego se dirigieron a la salida a través de muchas escaleras mecánicas y algunos ascensores. Casi en la salida ya, Hada dijo:
—Es mejor que desayunemos, ¿no te parece? Yo tengo un hambre espantosa.
—¡Sí! —contestó Ogro que no tenía menos hambre que su amiga—, vamos a desayunar, algo rico y calentito para despertarnos del todo.
AEROPUERTO DE ORLY, París.
Se dirigieron a una cafetería próxima, de autoservicio, se pusieron a la cola y cogieron una bandeja que fueron llenando con lo que les apetecía desayunar, café con leche bien caliente, croissant, pan con mantequilla y mermelada y un zumo de naranja natural. Pagaron y fueron a sentarse a una mesa con sus maletas al lado; el olor del café los reanimó un poco después de tanto viaje y tanta incomodidad.
—¡Qué rico parece todo! —dijo Ogro haciéndosele la boca agua, mientras se tomaba su zumo.
— Está buenísimo, muy rico —contestó Hada.
—Hace un poco de frío aquí ¿verdad, Hada? —preguntó Ogro que estaba un poco destemplado.
 —Cierto —contestó Hada—, es el relente de la amanecida, Ogro. Pero ponte algo, hombre. ¿No tienes un jersey?
—Claro que lo tengo —respondió Ogro casi tiritando—, pero primero desayunemos y luego salimos y abro mi maleta para cogerlo.
—Como quieras, pero tienes buena gana de pasar frío —respondió Hada.
Terminaron de desayunar y se dispusieron a salir para tomar el Orlyval y dirigirse a París. Antes de salir, Ogro puso su maleta sobre un banco y se dispuso a abrirla, así que sacó la llave de su bolsa e intentó meterla en la cerradura, pero la llave no entraba. Probó una y otra vez, incluso le dio la vuelta a la maleta por si acaso, pero era inútil, la llave no entraba. Ogro empezó a ponerse encarnado y a sudar muy inquieto, a dar vueltas y vueltas alrededor de la maleta, a ponerla de una y otra  manera, a intentar meter la llave por un agujero por el que era evidente que no entraba. En fin, por la cabeza de Ogro pasaron todas las calamidades posibles.
—¿Qué pasa aquí? —se preguntó Ogro alarmado en voz alta.
—¿Qué ocurre?
—¡Ay, Hada! —y Ogro parecía asustado de verdad.
—¿Pero qué pasa, Ogro?
—¡Que ésta no es mi maleta!
—¡Vaya, hombre! —y Hada también se alarmó, pero reaccionó enseguida.
—Anda, vamos a información a ver qué tenemos que hacer.
—Pero Hada —gimoteó Ogro— ¿cómo es posible que alguien cogiera mi maleta, para qué quiere nadie una maleta que no lleva nada importante aparte de unos regalos para Rosa y mi mamá?
—¿Y por qué no piensas que fuiste tú el que se confundió, Ogro?
—¿Con una maleta así, Hada? ¿Por qué piensas que la compré? ¿Porque me gusta llevar una maleta chillona, Hada? Aunque no lo creas, no tengo tan mal gusto.
—Ya —contestó Hada lacónicamente, mirando de reojo la bolsa de lona verde-verde de Ogro.
—¡Pues no! La compré, precisamente, para verla desde lejos y no confundirme. Mi maleta es inconfundible, Hada —decía Ogro en una retahíla sofocada y chillona.
—Pues ya ves que no. O te confundiste tú o lo hizo alguien con una maleta como la tuya.
Ogro, es decir, Bartolo, hablaba aprisa, aprisa, mientras caminaban todo lo rápido que sus piernas les permitían y entraban de nuevo en la terminal y se dirigían a un punto de información. Ogro no sabía una palabra de francés, pero Hada lo entendía y lo hablaba bastante bien, así que volvieron sobre sus pasos y se fueron directamente al lugar que les indicaron, donde se recogía todo lo perdido y los equipajes confundidos y los que se extraviaban en los vuelos.
En aquel momento, un hombre llegaba corriendo y gritando mientras arrastraba otra maleta rosa fosforito. Ogro al verla corrió hacia el hombre y gritando también mostró su maleta al hombre y agarró fuertemente la que el hombre llevaba mientras le hablaba muy alto y atropellándose.
—¡Ésta es su maleta! ¡Ésta! ¡No es la mía! ¡La mía es la suya! —repetía Ogro casi histérico.
—¡Está bien, está bien! —contestó el otro hombre intentando contener el ímpetu de Ogro— ¡Claro que no es la suya! ¡Ésa es la maleta de mi hija! —decía el hombre en perfecto castellano.
—¿Pero usted de dónde es? —preguntó Ogro un poco alucinado.
—Pues soy español, de Logroño, para ser más exacto, y me ha causado usted un gran trastorno con el cambio de maletas, a ver si mira lo que coge —siguió diciendo un poco enfadado.
—¿Yooooo? ¡Pero bueno! ¿Yoooo?
—Anda, Ogro, dale su maleta y aquí paz y después gloria —dijo Hada intentando no perder más tiempo—, ya está todo aclarado, qué más da quién tuvo la culpa, se solucionó y ya está.
—Sí —admitió Ogro, dando por zanjado el asunto—. Ya está, yo cojo mi maleta y este señor la de su hija y concluido el tema.
Y el hombre cogió su maleta y despidiéndose echó a andar hacia la salida. Lo mismo hicieron Ogro y Hada. Fueron en busca del Orlyval, una especie de tren rapidísimo, que los trasladaría hasta el centro de París. Fue un viaje cómodo, de tan sólo 35 minutos, y enseguida llegaron a su hotel.
Cada uno se fue a su habitación y, sobre todo Ogro, bendijo París sin mosquitos, París con aire acondicionado, París limpio… pero, en el fondo, mientras se dormía sintió una gran añoranza de aquel país tan lejano ya, y de los muchachos con los que había sido tan dichoso sin siquiera reparar en ello.
Durmieron hasta después del mediodía y después fueron a caminar por la cuidad.

Continuará.

1 comentario:

  1. Hola Aurora, espero que tuvieras un gran viaje ahí, es un gran placer leer tu post. Está lleno de información que busco y quiero comentar "el contenido de tu post es impresionante con imágenes increíbles" gran trabajo!.

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